Capítulo 7. S.O.S

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—Silene Oliveira— Abel le pisaba los talones, sin esforzarse demasiado en apresurarse porque era plenamente consciente de que no saldría corriendo. Estaba siguiéndola a través del gimnasio, de cerca, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de chándal, en una actitud despreocupada. Sólo tenía que elevar un poco la voz, y la resonancia del local junto con lo vacío que estaba, le ayudaban a que su eco se escuchase— ¿Ya te vas? ¿Es que no me has echado de menos? —su carcajada fue limpia— ¿Ni un poquito como para ponernos al día? —Tokio se giró levemente, clavando su mirada en él— No me refiero a eso... Sólo a una charla...

—Sabemos de sobra en lo que terminan nuestras charlas.

Cano alzó un dedo hacia ella.

—En la cama o en el ring.

—Y hoy no tengo cuerpo para ninguna de las dos —mintió.

Se incorporó tras haberse deslizado por las tornas de la entrada, siendo precisamente esto lo único que separaba sus cuerpos. Lo miró con los ojos entrecerrados y el corazón bombéandole en la garganta. No le hacía ninguna gracia ese revoloteo en el estómago que sentía, ni lo mucho que reaccionaba su cuerpo ante cualquier estímulo que proviniese de él.

Al final era cierto, las cenizas del fuego que habían sido, seguían echando humo.

—Mentirosa... —la sonrisa de Abel iluminó sus labios, igual que sus ojos. Sorprendentemente, notó sus mejillas enrojeciéndose por la intensidad con la que la miraba— Venga va... ¿Un cigarro en el parque como en los viejos tiempos? —miró su reloj— A esta hora no hay nadie...

—¿A qué se debe el honor de compartir una mínima parte de su tiempo conmigo, Su Majestad? —respondió Tokio, a la vez que fingía una sonrisa de suficiencia— ¿No tiene a nadie a quién matar? ¿Ningún asuntillo turbio? Ah, claro, es miércoles, la coca la traías el domingo.

—Venga, Silene, ha pasado el tiempo suficiente para que todo el rencor que me tienes haya prescrito. ¿O tu nueva familia te ha envenenado contra mí, Tokio? —se regodeó vocalizando su apodo.

Tokio sacudió la cabeza, negando, y retomó su camino. Podía notar los ojos claros de Cano clavados en una parte de su anatomía que conocía demasiado bien. Quieto, inmovil, paralizado por el magnetismo de ella, dejó que siguiera su camino durante unos segundos hasta que Silene también frenó a la altura de la entrada. Se giró una vez más y, en silencio, le hizo un leve gesto con el cuello acompañado de una sonrisa sincera, invitándole a seguirla.

Y así lo hizo.

Porque daba igual que Cano fuera otro de los grandes "capos" de la droga del barrio y manejara grandes cantidades de dinero... Silene siempre sería su debilidad, su mayor adicción. Independientemente de los caminos que hubiese decidido su destino para ellos, tendían a encontrarse más de lo que se imaginaban. A fin de cuentas, ella sabía muy bien que había aprovechado el momento para acercarse más de lo debido a él. En el fondo de su corazón, sabía reconocérselo a sí misma. No había nadie en el mundo que la quisiera proteger más de lo que quería Cano.

Sin embargo, si tuviera que elegir...

—¿Me vas a decir la verdad?

El aire que la rodeaba se inundó de su olor. Del olor varonil de su colonia, el que terminaba impregnado en su piel cuando entrenaban juntos o follaban. Ese al que, en su día, tanto le costó dar esquinazo. Pero ahí estaba, de vuelta, y con más intensidad que nunca. Escuchó el característico sonido de la piedra del mechero lanzando una chispa, después fue el humo lo que le cubrió la nariz unos segundos debido a la bocanada que había soltado. No era tabaco. No olía a tabaco, y su humo era denso, blanquecino... Hachís.

𝐁𝐥𝐞𝐞𝐝𝐢𝐧𝐠 𝐋𝐨𝐯𝐞 | 𝐀𝐔 | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora