Capítulo 17. Resaca Emocional

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Cerró con cuidado la puerta de la habitación, sin hacer el menor ruido. Dentro, acurrucada entre las sábanas, se encontraba el cuerpecito dormido de su hija pequeña, exhausto, después de haber agotado toda la energía en un día cargado de movimiento. Y ya no sólo por el madrugón y la caminata hacia la iglesia, sino por todo lo que había corrido, saltado y jugado durante el resto de la tarde, en el caserío. Por eso, aunque ya fuesen las doce del mediodía, Raquel decidió que Paula podía dormir todo lo que quisiera. A diferencia de ella, que prácticamente no había pegado ojo. Se había dedicado a descansar por intervalos. Cuando abría los ojos, la luz todavía no estaba presente en la estancia, y su hija se abrazaba a su espalda con cariño, entonces ella trataba de coger el sueño estrechándola entre sus brazos.

Pero, poco tiempo transcurría hasta que su cerebro se activaba, y con ello hacía desaparecer el sueño.

Por más que quisiera remolonear en la cama y disfrutar de ese tiempo relajada, algo le decía que necesitaba ponerse en movimiento. Deambular. Hacerse un café. Ordenar sus pensamientos. Y, sobre todo, tomarse cuánto antes un analgésico. Ya que, a pesar de que no había bebido mucho alcohol, y de que iba bebiendo agua de por medio entre copa y copa, una terrible jaqueca le oprimía la cabeza. Lo más curioso, es que seguramente Alicia le diría que tenía resaca, y sería lo mismo que todo el mundo opinaría al despertarse ese mismo día, pero ella sabía que no era una resaca normal, sino una resaca emocional.

Comúnmente, la definición general de la resaca correspondía a una serie de síntomas físicos, producto de la deshidratación del cuerpo al verse absorbido completamente por el alcohol ingerido. Hasta ahí, la misma Raquel comprendía el funcionamiento. Sin embargo, ¿qué producía la resaca emocional? En su caso, el repentino cortocircuito de todo su ser al ver a Sergio en persona, después de un año. Con el añadido del estrés que le suponía gestionar una situación en la que no se veía sola, sino que parecía afectar a toda una red de personas conectadas por el mismo hilo. Y, después, la eterna contradicción del ser humano en lo referente a amar: ¿la razón o el corazón?

Para eso sí que no había un fármaco especializado. Sólo existía un remedio: el tiempo.

Y de momento, no funcionaba.

Y tampoco esperara que lo hiciera. Habían pasado doce meses y no había ni un solo día en el que no hubiera pensado en Sergio. Cada uno de ellos de distinta forma, según estuviese digiriendo las fases del duelo. No podía negar que había habido días en los que había llegado a comprender gran parte de su postura, y otros en los que se autoculpaba porque quizá él ni se replanteaba la suya. A medida que bajaba las escaleras en dirección a la cocina, se preguntó en qué fase debía estar en ese momento. No tardó en contestarse a sí misma: En todas y en ninguna.

Todo había implosionado en el momento que sus labios habían chocado frenéticamente.

A pesar de la tenue luz que cubría la casa conforme terminaba de bajar las escaleras, se fijó en que su madre no se había esforzado en encender los halógenos de la cocina, sino que disfrutaba con el color ceniciento que le entraba a raudales por los ventanales del jardín. Nada tenía que ver ese cielo en comparación con el del día anterior. Ni siquiera se distinguía algo azul, todo lo contrario, la estampa eran eternas nubes oscuras inundando el apagado horizonte.

—Parece que va a llover —anunció, arrastrando sus pies hasta el interior de la cocina y provocando un respingo en Mariví, que estaba concentrada en su propia taza de café, todavía en bata—. ¡Ay! Lo siento.

—No pasa nada, mi vida —le dedicó una sonrisa y apuntó con su mano abierta a la silla de su lado, en señal de invitación—. ¿Quieres café?

—No te preocupes, yo me sirvo —Raquel, en su pijama de ositos, se acercó hasta la cafetera y cogió una taza que había sobre la encimera.

𝐁𝐥𝐞𝐞𝐝𝐢𝐧𝐠 𝐋𝐨𝐯𝐞 | 𝐀𝐔 | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora