Capítulo 13. Promesas Rotas

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Existen muchas formas de ser masoca con uno mismo. Esa manía del ser humano de seguir metiendo el dedo en la llaga sin poder evitarlo. En especial cuando pensamos que hacemos algo con la excusa de afrontarlo, si en realidad somos plenamente conscientes de que eso va a hacernos daño. A veces lo disfrazamos de otras emociones: el coraje, el miedo, la incertidumbre, la rabia... Pero terminamos cayendo en picado, con la cabeza por delante, y el remordimiento acechando sin llegar a atacar. Eso lo dejamos para más adelante, estando solos y vulnerables.

Lo que le sucedió a Raquel en el momento que decidió llevar a Alicia a la misma cafetería que había frecuentado con Sergio a finales del año anterior. A la que se había visto incapaz de regresar sola, pero que la llamaba en susurros cada vez que paseaban cerca de su acera. Tenía miedo de no poder contener el flujo de emociones conforme cruzase la puerta. De no pensar en los cafés que se habían tomado en la mesa del final, junto al ventanal. De las conversaciones, los besos tímidos y las sonrisas de enamorados. De su dedo dibujando un corazón en el cristal mientras Sergio la observaba desde la barra. De la insignificante esperanza que la llevaba a pensar inconscientemente que allí siguiera. 

Que, a pesar de que fuese imposible, ese dibujo perdurase en la eternidad reflejando su amor, algo que ellos no consiguieron. 

Y, fue precisamente ese masoquismo del que hablábamos, el que la llevó a sentarse en la silla donde un año atrás había estado mirándolo a él, porque su mente le exigía comprobar si recordaba el sitio exacto donde lo había dibujado. Pues, pasado el tiempo y alguna que otra limpieza, dudaba que siguiese estando el rastro de su yema. Quizá quería cerciorarse de lo que podría experimentar su cuerpo ante un estímulo tan fuerte como lo era aquel recuerdo.

El local no había cambiado lo más mínimo. Ni tampoco el personal, la distribución del mobiliario, el olor o la decoración. Todo seguía igual. Todo menos ella. Y lo supo conforme se dejó caer en el asiento, cuando un calambre extraño le retorció el estómago al levantar la mirada y toparse con los ojos azules de Alicia en lugar de los de Sergio. Era inevitable. Por más que se esforzase en ignorarlo, la huella de él siempre abarcaría el doble de lo que creía. Sin embargo, era el lugar idóneo para expiar sus pecados.

Si quería hablar de él—después de todo ese tiempo en silencio, agonizando por dentro—lo haría mejor en un sitio dónde lo sintiese más vivo. Le había dado muchas vueltas la noche anterior, las mismas que había dado su cuerpo bajo el edredón por no encontrar el sueño, y había decidido que era hora de ser completamente sincera con la historia. Tanto por su parte como por la de Sergio. Quería escuchar su versión, aunque fuese en boca de su mejor amiga. De todas esas cosas que ella no había podido entender. De todo lo que había terminado convirtiéndose en una esquirla que no dejaba de herirla. Necesitaba dejarle ir y encontrarse, una vez más, a sí misma.

—No has dormido, ¿verdad? —le preguntó la pelirroja, una vez se marchó el camarero y dejó dos tazas de café con leche humeantes.

—¿Lo dices por las ojeras?

Alicia asintió, llevando la mano al carro situado justo al lado de ella, en el pasillo, dónde Víctor dormía plácidamente y lo meció con suavidad, asegurándose de que su sueño continuaba siendo profundo. Por suerte, no había mucho barullo de voces, salvo el incesante sonido del telediario, de fondo.

—No mucho —añadió Raquel. Cogió un sobre de azúcar y lo vertió poco a poco, bajo la atenta mirada de Alicia.

—Lo último que quería era que volvieses a recaer con esto, Raquel —la escuchó decir al final, en un suspiro.

—Suenas como si fuera una adicta.

Alicia arqueó la ceja.

—En cierto modo...

𝐁𝐥𝐞𝐞𝐝𝐢𝐧𝐠 𝐋𝐨𝐯𝐞 | 𝐀𝐔 | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora