Capítulo 1. La Teoría del Caos

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La sonrisa de Alberto se intensificó al escucharla decir su nombre en voz alta. Raquel lo sabía, conocía exactamente esa sonrisa sin necesidad de que él lo expresase con palabras. Pudo leer en sus labios cerrados un "te he echado de menos" a pesar de que fuese su propio corazón el que la avisase de ello. Ese efímero segundo en el que había dejado de latir sólo había significado el reconocimiento de una emoción que se había encargado de enterrar con esfuerzo, hasta haberse olvidado su existencia.

Sin saber por qué, una de sus comisuras lo imitó al mismo tiempo que sus ojos se bañaban de lágrimas. Sentía cada poro de su cuerpo a punto de estallar, como si el momento le hubiese otorgado una extrema sensibilidad que no recordaba propia.

—Hace frío —susurró él, soltando vaho por la boca.

Raquel endureció sus facciones, reaccionando ante el comentario de él. ¿De verdad? ¿Eso iba a ser lo primero que le iba a decir después de haber desaparecido por un largo año?

—Hombre, teniendo en... cuenta que... —Raquel carraspeó, ida— Estás... ¿muerto?

—¿Muerto? —Alberto torció el cuello en un gesto que hizo que ella abriera la boca varias veces intentando hablar, pero lo único que encontró fueron las ganas de vomitar creciendo en su interior.

—Estás muerto —Sacudió la cabeza y los aspavientos fueron adueñándose de ella al hablar—. Yo ví tu cuerpo. Lo ví, no me jodas, Alberto —Raquel frotó su frente, desesperada—. Te lloré, te lloré durante casi un puñetero año —Su rostro adquirió el brillo previo al llanto, pero lo amainó tragando saliva—. ¿Qué es esto? ¿Una puta broma?

—Raquel, no...

—Cállate —Gruñó y cerró los ojos durante unos segundos con la esperanza de que al abrirlos de nuevo, él no estuviera allí delante suyo.

Que todo aquello no fuese una broma macabra en la que él hubiese fingido su muerte para salir ileso de aquella doble vida que había llevado durante tantos meses a sus espaldas. Que, al final, no hubiese tenido el pase directo al Infierno que se había ganado a pulso en el último tramo de su vida. O, tal vez, si se encontraba ahí era porque no había sido tan malo como pensaba.

Estiró la mano hacia su brazo en un intento de tocarle, queriendo confirmar lo que ya sabía. Pero Alberto se había deslizado hacia un lado, de nuevo en silencio, y ahora cruzaba la esquina más próxima, la que giraba hacia la parte trasera de la comisaría.

La que se adentraba a la más solemne oscuridad.

—Alberto... —Frunció el ceño al verlo desaparecer tras el edificio— ¿Alberto?

En el instante preciso en el que su cerebro reaccionó y lanzó la orden de empezar a andar a paso rápido para seguirlo, la realidad se desdibujó sobre el plano en el que se encontraba, y de un momento a otro, lo que había sido el escenario tan conocido de ese trabajo que habían compartido juntos durante tanto tiempo, se quedó atrás para situarlos en medio del cementerio donde lo había enterrado hacía casi dos años.

—¿Qué...? —Giró sobre su propio cuerpo, intentando comprender qué estaba sucediendo.

El frío de aquel lugar era más intenso, más lúgubre. Los cipreses se movían con fuerza anclados a la valla, y el sonido del viento junto con el que producía el follaje al moverse, desencadenó un escalofrío en su espalda. El olor tampoco lo olvidaba. En especial el de ese cementerio. Raquel quiso pensar que el helor se debía a la humedad que les rodeaba y no por todas las almas que descansaban allí mismo. Tiritando, se abrazó a sí misma.

𝐁𝐥𝐞𝐞𝐝𝐢𝐧𝐠 𝐋𝐨𝐯𝐞 | 𝐀𝐔 | 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora