Borrador de Amores Infernales

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Borrador Amores Infernales

Caeli había nacido en tierras extranjeras, míticas y fascinantes. Llenas de riquezas, creencias, religiones y costumbres.

El mundo amaba a Dios y detestaba al diablo, pero en su entorno adoraban a Balder y repudiaban a Belcebú. Le hacían altares a Nafna y a Druda, pero se protegían y le temían a Lilith.

Caeli era una princesa que provenía del linaje de los sabios, de los que hacían el papel de curanderos, jueces y defensores. No crean que esto es una historia de fantasía, es solo que en estas tierras las cosas son diferentes.

El tiempo transcurre y ellos avanzan a su ritmo, por eso son comunes los caballos, las túnicas y los velos que esconden la belleza femenina.

Aún usan armaduras, tienen peleas por el honor que dan estatus, como también tienen castillos deslumbrantes y sillas de oro. Eran anticuados en ciertas cosas y la tecnología era algo que tenían, pero no era su eje, ya que su modo de entretenerse era mejor.

La monarquía pesaba, los caballeros morían por las manos de las distintas
princesas y ellas se conservaban para ellos.

Caeli se apartó el cabello blanco de los hombros y caminó descalza a través del bosque, era una niña todavía y le gustaba visitar a las mujeres de su comunidad.

Las ramas le maltrataban los pies y siguió andando hasta hallar la casa de una de las druidesas, Era demasiado perezosa para dar la vuelta, los habitantes no eran de mantenerse encerrados y ella, como siempre, asomó la cabeza en la ventana abierta. No vio a nadie en el comedor y se escabulló por la puerta de la cocina. La sala también estaba desocupada, así que subió las escaleras de madera hallando un halo de luz, el cual provenía de una de las habitaciones.

La dueña seguía sin verse por ningún lado y ella arrugó las cejas con el niño que reposaba sudando en la cama de la Druidesa.

Caeli era una niña que no sabía lo malo de entrar a alcobas ajenas, conocía a todos los niños de su tierra y el que este no se le hiciera familiar la hizo avanzar al pie de la cama convenciéndose que definitivamente no hacía parte de su comunidad. Tenía gotas de sudor en la frente, sus labios eran como la pulpa de los higos y su cabello tenía el color de la noche. Parecía extranjero, ya que los rasgos eran hermosos e inusuales. Los niños que la rodeaban solían tener el cabello rojizo, rubio o blanco, el negro no era frecuente y decían que dicho color era común en el infierno.

Alargó la mano para quitarle el sudor de la frente, pero no alcanzó a tocarlo ya que la alzaron por detrás frustrando el intento.

-Te me escabulliste otra vez -la sacó la Druidesa, dueña de la casa, llevándola afuera y ella volteó a verlo, ya que el cabello negro seguía siendo algo curioso para Caeli.

-¿Qué tiene? -le preguntó a la mujer que la cargaba.

-Está enfermo y no vuelvas a entrar- advirtió.

-¿Por qué?

La druidesa se agachó, no se mentían entre ellas, y la dueña de la casa le peinó el cabello blanco platinado con los dedos.

-Porque tú eres hija de Balder y él hijo de Belcebú -dijo y la pequeña abrió la boca- Tú tienes sangre de princesa y él de ejecutor.

La primera oración se quedó en la cabeza de Caeli. Balder era el Dios que estaba en los cielos, Belcebú era quien habitaba en el infierno y era quien tenía el papel de satanás en aquellas tierras religiosas, míticas, ricas y misteriosas.

 Balder era el Dios que estaba en los cielos, Belcebú era quien habitaba en el infierno y era quien tenía el papel de satanás en aquellas tierras religiosas, míticas, ricas y misteriosas

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