Capítulo 4

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Malas noticias: los Cullen habían regresado y, para aumentar la incomodidad, la loba de ojos heterocromáticos había aparecido nuevamente, justo en el territorio contrario al nuestro. Estaba del lado de los caras pálidas.

¿Qué tenía que ver ella con ellos? ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué parecía acercarse y alejarse al mismo tiempo, sin que pudiéramos desentrañar el misterio que la envolvía?

Quil, Embry y Sam la habían visto, y yo, a través de la conexión de la manada. Esta conexión tenía sus ventajas y desventajas; buena para la comunicación, pero mala porque todos podían escuchar tus pensamientos, eliminando cualquier atisbo de privacidad. Me preguntaba cómo sería si realmente fuéramos una manada de lobos comunes. ¿Se comunicarían así con su alfa? No lo creo. Según lo que había leído en libros y documentales, los lobos se comunicaban principalmente a través de miradas y gestos. Quería creer que ser un animal salvaje sería menos incómodo que lo que sentía ahora: una intriga constante y una necesidad creciente de conocer más sobre la loba pelirroja.

Era como si, de alguna manera, algo me uniera a ella.

Tal vez estuviera relacionado con la leyenda de Kāṭṭupraimar (imprimación salvaje), pero no quería sacar conclusiones tan rápido. Aunque la descartaba, no podía evitar que esa idea rondara en mi cabeza, y para mi suerte, ninguno de la manada parecía haber notado mis pensamientos. No quería ni pensarlo.

Era incómodo estar siempre a la defensiva, con los músculos en tensión. Ni siquiera las mujeres con las que salía conseguían relajarme, ni física ni sexualmente. Algo en mi cuerpo no me estaba contando todo, y eso me ponía nervioso. Quería creer que todo esto era como una especie de abstinencia dolorosa, provocada por la acumulación de tensión.

Esperaba que en unos días todo desapareciera, que la incomodidad y el estrés se desvanecieran. Extrañamente, en los últimos días me había sentido más en casa en mi forma de lobo que caminando como humano. Era raro, y ni siquiera sabía por qué me sucedía.

Pero si tenía que ser sincero, algo en mí cambiaba cuando estaba cerca de la loba escurridiza. Solo verla me hacía sentir que mi pelaje era acariciado por el ambiente que nos envolvía. Nadie más en la manada lo sentía, lo cual me hacía sentir ridículo, pero cada vez que nuestras miradas se cruzaban —aunque solo por un instante, antes de que desapareciera—, mi cuerpo se relajaba, como si ella fuera la clave para calmar a la bestia dentro de mí, el alma del lobo protector.

(…)

Las primeras semanas después del regreso de los Cullen fueron las más frustrantes, porque Sam exigía una y otra vez que atrapáramos a la loba. Pero cada vez que nos acercábamos, mi cuerpo reaccionaba de una manera impredecible, como si su cercanía me volviera loco, loco por rozar mi hocico contra su pelaje, por impregnarme de su aroma a canela y bosque silvestre. Era una necesidad tan profunda que lograba calmar algo en mí, pero al mismo tiempo alteraba la dinámica de la manada, dejándome confundido cada vez que ella desaparecía en el bosque, perdiéndose en su belleza.

Semana tras semana la perdíamos. Día tras día, lograba esquivar a siete lobos, todos mucho más grandes que ella. Y, hora tras hora, yo me sentía incompleto sin su presencia. Los ancianos del consejo parecían saber lo que estaba pasando, y cuando me miraban, sentía que había algo más que no estaban diciendo. Y me daba nervios que todo estuviera relacionado con la leyenda de Kāṭṭupraimar.

¿Por qué me ponía nervioso? Porque no sabía cómo reaccionar sin sentir miedo. Una cosa era leer sobre la vida de los lobos salvajes, su supervivencia y comunicación, y otra muy distinta era considerar la posibilidad de ser uno, de dejar atrás la vida humana. ¿Qué tanto podía evitar la situación sin sucumbir a lo que parecía inevitable? Lo intentaría, tanto como mi cuerpo me lo permitiera, aunque sentía que me estaba dañando al negar algo tan fundamental. No quería creer que mi impronta estaba por llegar, pero todas las señales apuntaban en esa dirección.

¿Y si realmente existía? ¿Podría elegir mi vida humana por encima de lo que compartía con mi impronta? No lo sabía, pero intentaría quedarme en mi zona de confort. O eso esperaba.

Pero el destino tenía otros planes, porque aquel día sentí su aroma en el aire, y mi cuerpo se sumergió en una mezcla de éxtasis, relajación y ansiedad. ¿Qué estaba por suceder? ¿Por qué de repente la sentía tan cerca, cuando antes parecía estar tan lejos?

Estaba aquí, y por eso se había convocado una fogata. Pero yo no estaba dispuesto a esperar ansioso. Me negaba a creer que necesitaba más naturaleza que humanidad en mi vida, así que tomé mi celular y llamé a una de las chicas con las que solía tener encuentros casuales. Quizás eso me ayudaría a calmar la inquietud, la ansiedad y los nervios.

Amore [Paul Lahote]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora