El Cortejo del Celo
En la espesura del bosque, el aire estaba impregnado de una mezcla de aromas: la tierra húmeda, las hojas crujientes y el inconfundible olor de Amore. Paul, el lobo grisáceo platinado, se movía con una gracia primitiva, sus instintos despertando en respuesta al llamado del celo de su impronta. Era un tiempo en el que los pensamientos racionales se desvanecían, y lo único que quedaba era el deseo profundo y visceral de acercarse a ella.
Con un suave susurro en la brisa, Paul se acercó, sintiendo la energía pulsante que emanaba de Amore. Su pelaje rojizo, con matices pardos y blancos, brillaba a la luz filtrada del sol, y su presencia era un imán que atraía a Paul a un mundo donde el razonamiento humano ya no existía.
La Danza del Cortejo
Paul comenzó a moverse en círculos, mostrando su cuerpo en una exhibición de fuerza y agilidad, una danza salvaje que solo un lobo podría entender. Cada paso estaba impregnado de un instinto antiguo, un lenguaje que trascendía las palabras. Hizo un movimiento sutil, arqueando su espalda y levantando la cabeza, mostrando sus colmillos en un gesto de confianza y desafío.
Amore, al principio observadora, respondió a su cortejo con un suave meneo de su cola. La luz del sol acariciaba su pelaje, y Paul sintió cómo su corazón latía con más fuerza. Era un llamado de la naturaleza, una atracción que iba más allá de lo físico: era una conexión espiritual, una unión de almas en un ciclo eterno de amor primal.
El Instinto Despierta
Con un aullido que resonó en el silencio del bosque, Paul se lanzó hacia Amore, su energía desenfrenada. Ella corrió, desafiándolo a seguirla. Él lo hizo, sintiendo cómo la adrenalina lo invadía mientras se movían juntos a través del bosque, esquivando árboles y saltando sobre troncos caídos. Cada movimiento de Amore era un recordatorio de su deseo y su cercanía.
El cortejo era una danza en la que se entrelazaban el juego y la seducción. Paul se detuvo, girando en círculos a su alrededor, sus ojos fijos en ella, comunicando un deseo profundo y primal. Ella se detuvo, levantando la cabeza, y el aire se llenó de una electricidad palpable.
La Consumación del Vínculo
Finalmente, cuando la distancia entre ellos se redujo a un susurro, Paul se acercó, rozando su hocico contra el pelaje de Amore. Fue un gesto de devoción, un reconocimiento de que, en ese momento, eran uno. Con cada inhalación, capturaba su esencia, su calor, su fuerza. Era una mezcla intoxicante de deseo y protección.
Mientras el celo se intensificaba, Paul dejó que sus instintos dominaran por completo. Olvidó cualquier atisbo de razón, entregándose al vínculo salvaje que los unía. Su cuerpo vibraba con el impulso de reclamar su lugar junto a Amore, y en su interior, un rugido de satisfacción resonaba.
La luna llena se alzaba en el cielo, iluminando el bosque y revelando la belleza de su unión. Paul se sintió completo, en un ciclo natural que solo los lobos entendían. Era un momento de pura conexión, donde lo salvaje y lo sutil se entrelazaban, y su amor florecía en la vastedad del bosque, como una fuerza de la naturaleza que jamás podría ser contenida.
Meses Después
La loba pelirroja parda con blanco se movía lentamente por el territorio, su gran panza redondeada marcando su presencia. Paul, su amor, la seguía de cerca, cuidándola con cada paso. Su preocupación por el bienestar de Amore y sus crías era constante.
«Amore, mi amor... Déjame a mí las vigilancias. Nuestras crías podrían cansarse de estar en tanto movimiento», pensó, suplicando con la voz de su mente.
Ella gruñó suavemente, sabiendo que tenía razón, pero la terquedad de su instinto maternal le decía que debía mantenerse activa. En sus últimos meses de embarazo, se sentía agotada, pero no se permitiría rendirse. La leona dentro de ella quería cuidar de su manada, incluso cuando su cuerpo le decía que debía descansar.
[...]
Paul iba regañándola por cosas insignificantes, pero Amore, con su humor cambiante y dominante, respondía con gruñidos. El hambre la atacaba con ferocidad, pero su orgullo la mantenía cazando lo que podía, a pesar de que ya no podía correr con la agilidad de antes.
«No necesito tu ayuda, Paul. Puedo hacerlo sola», retó, aunque en el fondo sabía que su cuerpo estaba agotado. Pero su obstinación la llevaba a ignorar el cansancio.
En un momento, Amore sintió un dolor punzante en su vientre, seguido de la humedad que le hizo fruncir el ceño. Paul, alerta, notó cómo el aroma se esparcía en el aire y cómo, poco a poco, la sangre y el líquido amniótico caían detrás de ella.
«¡Amore!», exclamó, acercándose rápidamente para ayudarla a recostarse. «Estamos cerca de la cueva, todo estará bien».
La labor de parto comenzó. Paul observó con una mezcla de asombro y un poco de asco mientras su amada daba a luz a sus crías. No podía evitar sentirse maravillado, pero la crudeza del proceso lo sorprendía. Amore, sin embargo, estaba en su elemento, con una determinación feroz mientras rompía el cordón umbilical y lamía a sus pequeños.
La visión de cinco lobeznos llegó a su corazón. Dos machos de colores grises y blancos, dos pelirrojos con gris, y una hembra que se parecía a su madre, con pelaje rojizo y marcas blancas en el pecho. Paul sintió una ola de felicidad y, al mismo tiempo, la preocupación comenzaba a surgir en su mente.
«Voy a tener que cuidarla en época de celo», pensó, abrumado ante la idea.
Amore, sintiendo su inquietud, se rió suavemente. A pesar de la labor de parto, encontró la energía para lamer a Paul con cariño, agradeciéndole por el regalo más maravilloso que le había dado: una familia.
«No te preocupes, mi amore... faltan muchos años para que te preocupes por eso. Ahora disfrutemos de nuestra pequeña familia», pensó ella, satisfecha y cansada.
A partir de ese momento, Paul y Amore comprendieron que su vida había cambiado para siempre. La llegada de sus crías trajo una nueva dimensión a su amor, un sentido de plenitud que nunca habían imaginado. Ambos se sintieron completos, pero Amore sabía que la vida continuaría, que la historia de su manada apenas comenzaba.
Mientras el sol se ponía, iluminando la cueva con una luz dorada, Paul se acomodó junto a su familia. La cercanía de los lobeznos y el calor de Amore lo envolvieron, y en ese instante, se dio cuenta de que cada desafío que enfrentaran sería enfrentado juntos. La leyenda de su amor y su manada seguiría, y quizás, algún día, sus crías escribirían su propia historia en el vasto bosque que llamaban hogar.
Fin.
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Amore [Paul Lahote]
WerewolfEn la reserva Quileute, el amor entre Paul y Amore trasciende la realidad, desafiando el destino y las antiguas leyendas. Atrapados en un mundo donde la naturaleza y lo sobrenatural se entrelazan, su conexión profunda despierta pasiones primitivas y...