XXXIV

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JENNA

Cuando era pequeña, a menudo me invadía la sensación de odiar a mi familia. Detestaba como ellos eran valientes, y fuertes, e inteligentes, y yo sólo era una niña pequeña. Detestaba a mi hermano Frey, porque él se ganaba siempre la atención de nuestro papá, su favor y su asentimiento de orgullo, ese que hacía que la piel de su frente se arrugase y sus ojos brillasen con satisfacción.

Sin embargo, yo sólo era una niña. Me dejaban que jugase con mis muñecas, o con mis coches, me dejaban que saliese a la calle, o que viese la televisión, pero nunca me incluían en sus conversaciones, o me dejaban utilizar aquellas dagas con las que siempre los veía entrenar en el salón. Y aquello era frustrante.

A menudo me decían que era impulsiva. Me reprendían porque no pensaba las cosas, porque solo quería actuar sin pensar en las consecuencias. ¿Pero es que no entendían que lo único que quería, era ser como ellos?

No, no lo entendían. Por eso, me empeñé en hacer todo lo contrario a lo que ellos me ordenasen. En particular, cuando lo que mi papá decía lo corroboraba Frey; en esos casos, me esforzaba lo máximo por llevarles la contra, por hacer lo que no debía hacer, de la mejor manera posible.

Que se enterasen que Jenna Emerson era capaz de lo que sea que se propusiese.

No había vuelto a recordar el incidente del tejado, hasta que vi a Frey entrar por la puerta de aquella maldita iglesia.

Apenas tendría seis o siete años, cuando mi padre me prohibió terminantemente subirme al tejado de nuestra nueva casa. Nos habíamos mudado, y el pequeño cuartito de la planta de arriba tenía una compuerta en el techo, que llevaba directamente al tejado. Recuerdo el momero en el que me lo dijo, sentado en la mesa del salón, con un libro de aspecto viejo abierto frente a él. Frey estaba sentado en la silla de la lado, y me miró con decepción cuando les conté sobre aquel descubrimiento.

-Ya eres mayorcita para saber que eso es peligroso, Jenna...- dijo él, y papá asintió de aquella manera, con la frente arrugada y los ojos brillando, indicándome claramente que estaba de acuerdo con él, y en desacuerdo conmigo.

-¡Pero papá...!- me quejé. Pero él siempre estaría de acuerdo con Frey, y en desacuerdo conmigo.

Así que subí al tejado. Lo hice con toda mi rabia, con todo mi enojo hacia ellos. Porque quería saber qué estaban estudiando en aquel libro, pero ellos no me lo habrían dicho, aunque hubiese preguntado. Porque Jenna Emerson era demasiado pequeña.

El rostro que vi en la puerta de la iglesia, fue el mismo con el que me encontré aquel día en el tejado. En aquel momento crítico en el que yo colgaba del borde, después de haber tropezado con una teja desencajada, y Frey apareció para tenderme una mano. Ese rostro que decía: Sin mí estarías perdida.

Me sentía furiosa. La rabia me hervía en la sangre, porque sabía que la aparición de Frey era lo único que nos daría una oportunidad. Porque sabía que yo sola no podía proteger a mis amigas y salvar a Kyle. Porque estaba infinitamente aliviada de saber que mi hermano estaba bien, pero también porque lo odiaba, lo odiaba con toda mi alma por haberme abandonado.

Y todos aquellos sentimientos revueltos se mezclaban con el hecho de que apenas quedaban unos minutos para las doce de la noche, y la iglesia se había llenado ahora de demonios incorpóreos que obedecían las órdenes de Kahla.

No intercambiamos ninguna palabra. Aquel momento no fue como en las películas, cuando el tiempo se detiene, y los enemigos bajan las armas y esperan pacientes a que los protagonistas se abracen y lloren de emoción.

CAZADORES DE DEMONIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora