Prólogo
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27 de mayo de 1998
Volvió a desplegar aquél viejo trozo de pergamino arrugado para leer las primeras líneas, aquellas dónde aseguraba que era una mujer totalmente renovada. O, al menos, que intentaba serlo después de aquél fatídico encuentro cercano a la muerte tras una de sus sobredosis de alcohol tres meses después de su huída, cuando ella y su hermana aún eran muy pequeñas para saber que era el abandono.
Un medimago, o eso aseguraba su letra apresurada y emborronada por las falsas lágrimas que debió derramar mientras escribía esa breve carta de disculpa, la había avisado a tiempo de que aún podía tener una vida mejor, y así hizo. Tuvo dos hijas más, al parecer, con un muggle.
Se había sentido traicionada, herida y, por supuesto, se había enfadado cuando recibió esa carta en el verano de mil novecientos noventa y seis tras la muerte de su padre. Había querido quemar el pergamino, pero su hermana le frenó. Siempre fue la más sensata de las dos, en cambio, ella siempre se dejaba llevar por la ira. Pero ahora... Eso ya no importaba.
Ahora no tenía a nadie que le dijese que debía actuar con un poco más de sentido común. Ahora estaba sola, la guerra lo había querido así.
Lo que jamás imagino fue que finalmente aceptaría esa invitación que rezaba a pies de carta años más tarde, tomando un barco que había recorrido por mitad del Atlántico para llevarla hasta el nuevo mundo, como lo llamaban los muggles.
Una vez pisara tierra firme sólo debía concentrarse muy bien en la dirección y aparecerse. Ya lo había hecho antes, ese no era el problema, pero ésta vez su magia estaba muy inestable. Tenía el corazón roto, de una forma que jamás imaginó que podía tener, y la varita tampoco estaba en mejor estado. Otra consecuencia de la guerra
Alzó la mano que aferraba la carta y se limpió con brusquedad unas lágrimas que amenazaban con arruinar el formal maquillaje que había aplicado a su consumido rostro y se acercó lo más posible a la barandilla para aferrarse con firmeza. Le gustaba hacerlo desde que abordó en el barco. Era como si la brisa cargada de salitre pudiese llevarse su pesar.
Cerró los ojos y suspiró para embriagarse de ese aroma marino que se acentuaba con el atardecer, pero ese día el viento había cambiado.
Estaba más embravecido, más salvaje y hacía llegar algunas gotas de agua salada hasta la pálida piel de la chica cuando las olas embestían con fuerza en la proa. Aún así, se dejó llevar por esa brisa que chocaba con fuerza en su cuerpo menudo y pétreo que hacía que la delgada tela de algodón de su vestido se adhiriera como una segunda piel.
Todo fue bien, por un segundo, como si ella no fuese ella. Como si no hubiese perdido lo que había perdido.
Hasta que se relajó tanto que voló de su mano lo único que le quedaba en esa vida.
Asustada se giró de inmediato, dándola por perdida y considerando su viaje infructuoso y desolador antes de haber llegado al destino.
Pero un caballero de edad joven estaba frente a ella. Era fornido, apuesto y alegre. Todo lo contrario a como ella se sentía.
El joven de cabello rubio centelleante y poblado bigote sonrió a la joven y se agachó para tomar la carta que había llevado el viento hasta su pierna, dónde aún luchaba contra el viento.
Avergonzada por primera vez en su corta vida, se acercó al joven y las yemas de sus dedos se conectaron cuando el educado hombre le devolvió su misiva y, después de días sin saber cómo se hacía, la chica sonrió.
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It must have been love • || GEORGE WEASLEY || TERMINADA
FanfictionHistoria Completa. Segunda parte de «Buenas o Malas Intenciones». Madison Lewis era todo menos una chica corriente. Joven, divertida, carismática y servicial, era una excelente asistente de asuntos exteriores del ministerio inglés en el departamen...