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30 de Abril de 2022

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30 de Abril de 2022

"Entonces, Sunghoon tiene el hanahaki".

Por muchos días que pasaran, a Dallia le iba a costar asimilar que su mejor amigo tenía la enfermedad por la que ella también sufría. No sabía desde cuándo, porque tal y como ella, se lo ocultó. Pero ahora podía decir que lo sufría en carne y hueso y era conocedora del dolor que esta traía consigo, y no solo físico, sino también emocional. El cual ella consideraba incluso peor.

Había muchos detalles que a la pelinegra se le escapaban, como por ejemplo, desde cuándo Sunghoon estaba enfermo del hanahaki y la persona cuyos sentimientos eran dueños de su enfermedad.

Desde ese momento ambos se distanciaron un poco, a pesar de seguir siendo los mejores amigos cariñosos que eran siempre. Por decirlo de alguna forma, se veían menos. Cada uno estaba avergonzado por no haberle contado nada al otro antes, aunque ella, verdaderamente, no la sufría desde hace tanto. Iba a hacer un escaso mes.
Y no sabía desde cuándo la tenía él.

Pensando, con la cabeza en muchas cosas irrelevantes y otras no tanto, se preguntó por qué el hanahaki no le había llegado antes si estaba claro que Riki nunca la había querido de ese modo. Siempre habían sido amigos cercanos, que se veían y hablaban con normalidad aunque ella por dentro se sintiera alterada gracias a él. Y eso no había cambiado. Riki la trataba exactamente igual, simplemente que de un día para otro ocurrió.

Su madre, muy familiarizada con la enfermedad que estuvo experimentando años, gracias a que el padre de Dallia no la correspondía del todo bien, le dio algunos consejos y explicó algunas cosas. Entre ellas, que el hanahaki puede tardar en llegar. Que es un día indefinido, sin más.

Y Dallia tampoco sabía qué se esperaba que ocurriera, si ella ya tenía presente que en algún momento le iba a tocar.
Simplemente no quería creérselo.
Y desde que había llegado el momento, deseaba con todas sus fuerzas nunca haberse enamorado de alguien que no le correspondía y le hacía sufrir sin saberlo. Sin tener la culpa. Después se arrepentía de pensar de esa forma. Se daba bofetadas mentales porque era consciente de que sus sentimientos por Riki le daban alegría extra a sus momentos con él, le agitaban el corazón de una forma bonita y le añadían emoción a su vida.

Si hubiera podido elegir por quién caer, no le habría elegido a él, por algo tan sencillo como el dolor de un amor no correspondido que tan solo era una bonita y sufrida amistad. Pero llevando años así, y ahora sintiendo las consecuencias de enamorarse de alguien que no la veía de la misma forma, todo lo que podía hacer era soportarlo, porque de nada servía negarse a sí misma que aquel amor era precioso, y una de las razones de su felicidad en muchas ocasiones. Aunque también de sus daños.

Ella hubiera elegido no enamorarse, porque a la vista estaba, y presente en su vida, que no se podía descifrar lo que otra persona sentía. Ni siquiera creerlo cuando alguien lo decía. Confiar.
Nadie era dueño de su corazón.
Incluso era posible que los sentimientos se escaparan con el viento en cualquier momento. No para ella, que sufría el hanahaki, sino para otras personas que dijeran amarla.

Algunas veces tuvo la esperanza de ser correspondida por el japonés cuando le sonreía, le miraba, pensando ella como una tonta que la admiraba. Cuando ambos reían, o cuando Riki le invitaba a cualquier plan en el que ella no estuviera incluida desde un principio.

Pero aprendió la lección. Aprendió que el corazón humano es indescifrable y que, por una simple expresión, no se puede detectar si alguien está enamorado. No se puede asumir.

—Nunca se sabe —musitó para sí misma, acostada sobre su cama y admirando el tejado blanquecino de su casa—. Nunca se sabe si eres dueño del corazón de alguien o solo está siendo amable. Si alguien en realidad muere por ti y solo está... fingiendo que es una amistad más.

Se dio la vuelta, quedando boca abajo, y comenzó a jugar con sus uñas largas, coloreadas de un lila suave. Le llegó un mensaje de Minah, lo descifró por la música que salió de su teléfono, pero no le importó. La vibración era constante porque a veces la chica se ponía un tanto pesada.

Dallia sabía, porque de tanto pensar había llegado a sus propias conclusiones, que cada uno en lo más profundo de su ser y desde su punto de vista, veía las cosas de forma distinta.
Ella podía ver a Riki como el adolescente, guapo, rubio y alto que era, y por dentro ver su chispa. Otras personas le verían pasear por la calle y quedarse en su felino aspecto.
Minah y un futuro chico misterioso que quedara prendado por la belleza y el carisma de Dallia, si es que no lo había ya, verían mucho en ella, lo cual Riki pareció no ver.

Le daba rabia. Sentía impotencia.

—Ninguno somos dueños de nuestros sentimientos, lo sé —susurró—. Si lo fuera no le querría. —sollozó, apoyándose por un momento en la almohada.

Era inevitable rendirse ante los efectos del amor, un sentimiento extraño que impulsaba a sentir como ella nunca había sentido. Cada vez más fuerte, tanto que dolía, como si los sentimientos le rebosaran del pecho, presionaran e intentaran escapar.
Y esa presión se iba a sus pulmones.

Escupió una flor, tan acostumbrada ya que ni se inmutó. Tosió en la almohada, agarró la flor y la rompió.

Eran años amando a Riki. Saber ahora que no sirvieron más que para crearse falsas ilusiones le frustraba.

Y ella iba a seguir así, amando, pues como bien sabía ese amor le mantenía con vida, sentimientos bonitos y emoción. Pero el enfado en esos momentos era mayor.
Y el dolor.
La incapacidad de comprender.

—¿Por qué yo no? ¿Qué me falta? —se preguntó, mirándose al espejo. Ella se quería, aún cuando saber que él no le hacía sentirse insignificante.

Lo entendía y no lo entendía.
Le parecía horrible. Algo imposible de explicar.

—"¿Qué estoy haciendo mal?"

...

𝐇𝐀𝐍𝐀𝐇𝐀𝐊𝐈 | Ni-ki & Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora