Capítulo 5: Brújula

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Emmet

El sol seguía quemado, casi tocando su punto máximo en el cielo. El sombrero me ayudaba a cubrirme de sus rayos, pero no del calor.

Llegamos al reino cuando los primeros destellos de luz matutina hacían presencia en el horizonte, y no perdí tiempo en ejecutar el primer paso de mi plan.

Desde hace años, varios hombres de la que ahora es mi tripulación fueron infiltrados en tierras de todo el continente, siéndome útiles para saquear, conseguir información, o en casos como estos, donde necesitamos de una señal. Tengo a dos dentro del palacio que sirven como criados. No dudo en que requerirán sus servicios para cubrir el evento.

En cuanto llegamos, mandé a la mujer que mantengo en las celdas a avisarle a mis infiltrados de la señal que darán en cuanto el navío zarpe. Ella sabe que no debe hacer nada estúpido, o de lo contrario, ella y sus dos hijos —que igual mantengo en mi poder— servirán de alimento para los peces.

La advertencia fue clara: si para cuando el sol se pusiera en su punto máximo y ella seguía sin volver, marcaríamos a sus hijos para que los identificaran como piratas y luego iríamos a botar al niño en uno de los reinos más crueles, donde por el simple hecho de tener una marca así, sin importar sexo o edad, le someten a la tortura.

Al menos Rosengarten fue piadoso a una muerte rápida para mis colegas. Sin embargo, el reino de Octal no es así. En ese lugar, tu muerte dependerá de cuánto dolor puedes aguantar o cuánta sangre puedes perder antes de morir.

Y con la niña, tengo otro tipo de planes. Me sirve más viva que muerta, sobre todo porque necesito algo para controlar a la zorra de su madre.

Y hablando de ella...

—Apunten —ordeno y al menos quince de mis hombres levantan sus armas con el dedo puesto en el gatillo, esperando atentos mi indicación de dispararle a la mujer que recién aparece en la orilla acompañada por dos hombres que desconozco.

Los tres levantan las manos y ella mantiene la mirada fija en la arena, justo como se lo ordené; tiene prohibido mirarme.

—Señor Enzo Martin, solicito permiso para hablar con el capitán. —Tampoco puede dirigirme directamente la palabra si no se lo autorizo.

Mi segundo al mando me mira y solo asiento una vez.

—Habla, mujer —le exijo. —¿Quiénes son estos dos?

—Capitán, ellos son los gemelos Lorette. —La mención del apellido hace que me levante de la roca donde estaba sentado. —El padre, Jackson Lorette, fue muy leal a la tripulación. Lo fue incluso cuando llegó a la horca.

—Mi nombre es Hunter —uno de ellos da dos pasos al frente, —y él es mi hermano Christian. El antiguo capitán nos infiltró como aprendices de un herrero. Vimos la marca de la chica y supimos que era una esclava; identificamos que era su esclava y su marca.

—Tenemos información urgente para usted, —Christian se posiciona al lado de su hermano —de hecho, lo esperábamos desde hace mucho.

Agito la mano dando la orden a mis hombres de bajar las armas. Me acerco a ellos y detallo sus rostros. Son idénticos a Jackson. Su muerte fue un golpe muy fuerte para mí. Él fue mi figura paterna desde que me uní a la tripulación y siempre me hablaba de los hijos que nunca veía, que amaba y extrañaba. Con el tiempo, me trató como si fuese su hijo.

Ignoro esos recuerdos y me centro en sus palabras.

—¿Información sobre qué?

—Los pescadores del reino capturaron a una sirena hace un mes —a las palabras de Hunter, mi esclava se tensa notablemente y aprieta sus manos en puños. Es fácil deducir que tiene miedo. —El Rey Farid no alcanzó a tomar una decisión sobre qué hacer con ella porque nosotros la robamos.

La joya del marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora