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Emmet
La hamaca me balancea de un lado a otro muy despacio. Tengo la punta del pie desnudo rozando ligeramente la suave arena. Los árboles que tengo arriba me regalan un poco de su sombra mientras la ligera corriente de aire mueve sus ramas con hojas. Mantengo mis ojos cerrados, aparentando dormir, pero él no sabe que ya estoy despierto. Lo escucho en su intento de ser sigiloso, acercándose para tomarme por sorpresa.
Él salta sobre mí y cae en mi estómago gritando:
—¡Despierta, papá! Quiero jugar.
Finjo estar sorprendido y regreso su ataque haciéndole cosquillas, provocando así las carcajadas de mi pequeño hijo. Lo tomo en brazos y lo llevo a la orilla del mar, dejando atrás la pequeña cabaña con techo de paja en la que vivimos.
Me siento con él y comenzamos a jugar con la arena húmeda. Pronto decidimos entrar al mar. El otro día me pidió que le enseñase a nadar, que ya era un niño grande y que quería ser valiente, y yo prometí enseñarle pronto. Ese día es hoy.
Después de un rato se cansó y quiso regresar a la orilla, donde jugamos a que él me enterraba en la arena. Antes de que terminara, su madre llegó y se unió a él. Luego, mi esposa y yo enterramos a nuestro hijo. Le dejamos los dedos de los pies expuestos para poder hacerle cosquillas.
Volvimos al mar para limpiarnos. Ella se quedó en la orilla esperándonos de pie. Con su avanzado embarazo le es más difícil entrar al mar debido a que se cansa mucho.
Salgo del agua con otro hermoso atardecer a mis espaldas y con mi hijo en brazos, llego con mi mujer y la tomo de la mano entrelazando mis dedos con los suyos, volviendo a nuestro hogar para la cena.
Durante años tuve siempre la misma vista de hermosos atardeceres, con el cielo pintado de matices diferentes. Había ocasiones en las que ni siquiera miraba el cielo, o en las que no tenía tiempo para pasar toda la tarde con mi hijo o que no tenía atenciones suficientes con mi esposa.
Si tan solo hubiese sido más precavido, si hubiese disfrutado más de ese atardecer, si hubiese tomado a mi familia y volvía para resolver mi pasado. Tal vez todo habría sido diferente para nosotros. Para mí.
El balanceo del barco era tan ligero como la hamaca de mis recuerdos, tanto que me permitió dormir por un rato. Al abrir los ojos veo una botella de Ron casi vacía en mi mesa, me enderezo en la silla y estiro mi espalda y mi cuello adolorido por haber dormido aquí.
Me levanto y me dirijo a la salida de mi camarote, del perchero tomo mi gabardina y mi sobrero y me los pongo antes de encontrarme con mi tripulación.
Todos están cumpliendo con sus labores, Enzo se encarga de que siempre sea así. Mi esclava sigue en los calabozos encerrada en una sola celda con sus dos hijos, según me informan. Doy la orden de que les bajen un plato con las sobras de nuestra comida. Sólo un plato. Y sólo un vaso con agua.
La otra, la nueva que tomé hoy en la mañana está atada de pies y manos al mástil de la vela. Cuando me acerco para verla mejor, noto que está ardiendo en fiebre, tiene los labios partidos y la piel erizada, las piernas le tiemblan y por la forma en la que está amarrada no se puede ni encorvar. Para una sirena, estar en forma humana y completamente erguida debe ser dolorosamente incómodo. Pese a sus malestares, no deja de verme con odio.
Ordeno que me traigan un balde con agua del mar. Ella escucha y la cara le cambia totalmente. No tardan en traer lo que pedí, dejándolo a mis pies.
—Creo que necesitas un poco de esto, sirena. ¿Qué te parece si jugamos?
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La joya del mar
Fantasy⚠️ Libro +18 ⚠️ LEER LAS ADVERTENCIAS ANTES DE INICIAR LA LECTURA. Una guerra terminada. Ocho reinos sobrevivientes. Una futura unión matrimonial. Dos piratas con sed de venganza. Una maldición que marcará la vida de todos. Y una tormenta que unirá...