capítulo 1

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La luna brillaba resplandeciente encima de la ciudad madrileña, esa luz radiante dotaba de fulgor a cuanto estaba bañado por ella. Dejando vislumbrar un poco de ese ocultismo de la noche. Aunque siempre nos dejamos cegar por la belleza que nos muestra, casi siempre olvidamos que tiene una cara oculta de la cual, únicamente se consigue intuir lo que podríamos descubrir allí. Así era la realidad nocturna, nunca lograbas descubrir las malignidades, inmoralidades y traiciones que guardaban fervientemente entre las sombras y la oscuridad.
Kat, no podía creer como los humanos lograban sentirse seguros en sus casas, durmiendo plácidamente entre unos tabiques, puertas y cristales tan endebles. Seguramente que la ignorancia resultaba ser un elemento fundamental en la ecuación de la felicidad.
Miraba impávida los viejos edificios que la rodeaban. Ese mundo nuevo y diferente, el universo de la noche, siempre la alteraba. Contoneó sus caderas con elegancia, y escuchó el sonido que causaban sus botas sobre el asfalto mientras pasó por delante de todos los que estaban esperando para poder entrar a la discoteca Opium, un local de moteros enfundados en cuero. En el momento que fue directa a la entrada, y pidió paso a aquel gorila, los humanos empezaron a protestar.
Traspasó el umbral, la música hacia vibrar su cuerpo desde lo más interno de su ser. Los letreros de colores vivaces con luz de neón daban una nueva visión de libertinaje, sexo y desenfreno.
Los humanos adolescentes se contaban por veintenas, mientras reían, bailaban y tomaban sustancias narcotizantes en aquel cubículo llamado discoteca. La última droga en el mercado que se había puesto de moda entre la juventud era un fertilizante para plantas... era increíble lo que sus mentes en edad de crecimiento podían definir por "pasarlo bien". Servían como un blanco fácil para los demonios nocturnos y exclusivamente dios sabe que más. Eran un peligro para ellos mismos y un cebo vivo muy eficaz.
Las masas de jóvenes se balanceaban al son de la música en ese lugar estrecho para tantos cuerpos febriles. A Kat le desquiciaba el poder oler el continuo fluir de sus hormonas revolucionadas. Las adolescentes contoneaban sus caderas exhibiéndose con movimientos lascivos, torturando a los chicos con la idea del placer sexual. La única idea que pasaba por sus jóvenes cerebros. La música con el volumen tan elevado tan solo invitaba a esos críos a tener que acercarse más unos a otros para poder hablar entre ellos, aunque las conversaciones frecuentemente estaban relacionadas con dónde quedar para satisfacer sus cuerpos. Era inaudito, tanta evolución y, aun así, el ser animal inherente en cada uno de nosotros demandaba sentir los bajos deseos, y ganaba la batalla en las etapas de la adolescencia.
Ninguno la miró extrañado por su indumentaria de caza. Simplemente lo habitual; vestida de cuero negro ajustándose a su cuerpo como una segunda piel, botas altas y gabardina. Muchos de ellos creyeron ver una motera, otros a una gótica. Pero en ese mundo ninguno de esos dos estilos destacaba.
Por lo menos el instinto de supervivencia no les fallaba, aquella marea humana fue dividiéndose para apartarse de su camino. Observó con desprecio a todos los que tropezaban para alejarse con temor. Por fin pudo llegar a la barra y el camarero no tardó en llegar.
-¿Qué te pongo?
-Lo de siempre -respondió con impaciencia.
Tardó unos minutos en llegar nuevamente hasta la guerrera, llevaba consigo una bolsita escondida en la palma de la mano. Kat y el camarero chocaron la palma para que nadie pudiera ver la mercancía. Ella por su parte hizo lo mismo para pagárselo.
-Ten mucho cuidado, Kat -le recordó mientras se guardaba el dinero y se ponía a limpiar la barra.
Salió a la calle, sintiendo el frio viento que la ayudaba a respirar alejándose del agobiante aire viciado y caluroso del interior en tinieblas. No obstante, su cuerpo se tensó con un ligero aroma a hierro que flotaba etéreo a su alrededor, como una espiral de viento color escarlata que se escabullía de la escena del crimen. Sangre, reconocería ese aroma por el resto de su incansable y miserable existencia.
Ató su larga melena rojiza en una coleta para que el cabello no le importunase si tenía que entrar en acción.
Cerró los grandes ojos verdes, puso su mente en blanco y gracias a los años de entrenamiento se concentró en aquel mismo instante dejando todos sus problemas atrás. Vio una nube, como de cigarrillo, al rojo vivo que bajaba la calle y giraba a la derecha. Abrió los ojos, y aligeró el paso llegar a su destino.
Se paró en seco y entró a aquel aparcamiento lóbrego. El olor de la sangre se intensificó, y sus oídos identificaron unos gemidos procedentes de su izquierda. El corazón le dio un vuelco de regocijo, tal vez... solo tal vez podría cobrarse su venganza. Las pupilas de sus ojos se adaptaron perfectamente a la total oscuridad, y la envolvió un dolor punzante, pero como si de una cámara de visión nocturna se tratase, pudo ver a su enemigo. Aplastaba contra la pared a una adolescente incauta y febril. Y gracias a la visión térmica supo que la temperatura de la joven rondaba los treinta y ocho grados.
Kat negó con la cabeza por pura incredulidad. La chica se retorcía entre los brazos de aquel vampiro, mientras él seguía sumergido en su cuello.
-¡Vampiro! -gritó Kat llena de rabia.
El eco cobró vida en aquel deshabitado lugar, haciendo que su grito resonase por toda la estancia. Por suerte capto la atención del repugnante ser que tenía enfrente. Los ojos del demonio brillaron con gran intensidad en color rojo como si fuera de neón, levantó la barbilla en un modo desafiante, dejó a la joven semiinconsciente en el suelo mientras hacía ruiditos incomprensibles.
-Has escogido un mal día para tocarme las pelotas, perra.
El vampiro era alto y musculoso, como era de esperar para esa raza. De espalda ancha y fuertes hombros. Su rostro alargado tenía un aire aristocrático.
Con mano segura y veloz, Kat sacó sus sais del cinturón, las hizo girar en sus manos antes de dejarlas una a cada lado de su cuerpo. Estaba impaciente por demostrarle con quién estaba jugando. Odiaba que la insultasen o se burlasen de ella.
Aquel demonio se movía rápidamente ante ella, pero a Kat le parecía bastante lento para sus ojos genéticamente modificados. Gracias a ello, pudo parar un golpe de su garra y clavarle la aguja fuertemente. Lo apuñaló bien hondo en el costado derecho, calculó en un instante la altura y profundidad de su puñalada para hincarla entre las costillas, asegurándose de que no rozara el corazón de su enemigo para no matarlo.
El vampiro se removió enfurecido, y fue mucho más veloz con su segundo ataque. Dio un fuerte golpe en el costado de la caza vampiros, que la hizo chocar contra el morro de un Citroën.
El coche comenzó a pitar por el fuerte impacto, la alarma aguijoneó los oídos sensibles de Kat. Maldijo mientras se reponía, escuchó un sonido metálico contra el asfalto. Aquel vampiro se había arrancado el arma profundamente clavada en su costado, entre gruñidos, se balanceaba y presionaba la herida con la mano.
Se sorprendió gratamente, únicamente un instante antes de que las comisuras de sus labios se estirasen en una sonrisa burlona. A la luchadora que habitaba en ella le divertían los retos. Sacó un Shuriken de su cinturón, la estrella arrojadiza se amoldaba perfectamente en su mano. Cien gramos de acero y terror impacientes por ser lanzados.
Aquel vampiro fue hasta ella rápidamente, gritando improperios hacia su persona y mostrando los colmillos. El cuerpo de Kat se preparó para la lucha, sus latidos se ralentizaron y los muslos se tensaron instintivamente. Calculó la trayectoria del arma y la lanzó hacia su destino, silbó con júbilo segundos antes de que se clavasen en el pecho de su oponente.
El vampiro arqueó la espalda, lleno de dolor antes de caer al suelo con débiles estertores. Pudo ver como el humo salía de sus heridas y ese fétido olor a carne quemada lo invadía todo. Adorada el baño de plata de sus armas, que quemaba la piel de aquellos seres.
Con una sonrisa en sus labios, que la hacía parecer el mismísimo Satanás, se fue acercando a él con andares de un gato. Despacio, regodeándose del momento.
-¡Me las vas a pagar, perra!
-Oh, vamos... ¿Es que no sabes otro insulto? Deberías ampliar tu vocabulario. Vamos... ¿No tienes más imaginación? -. Su voz melosa agravó el estado de ánimo del vampiro. Se paró, atenta y preparada mientras este se reponía.
El vampiro se encogió y respiró pesadamente a causa del pulmón perforado, pero logró sacar el arma de fuego que llevaba escondido en el cinturón. Apuntó a Kat para ver con plena satisfacción como la mujer perdía su sonrisa sardónica.

 Apuntó a Kat para ver con plena satisfacción como la mujer perdía su sonrisa sardónica

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En los brazos del enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora