Se estaban volviendo loca. Literalmente. Su hilarante cabeza formaba los escenarios más remotos, incongruentes y, sobre todo, eróticos. Quizá era su pasatiempo favorito: imaginar... En especial si el protagonista era aquel reservado hombre que le volaba la mente. Cualquier gesto hacia ella la hacía idealizar la película romántica más cliché y taquillera como si de los ochenta se tratara.
El hecho de que él fuera una persona imposible lo convertía aún más deseable.
Un ser apolíneo. Perfecto, sutil, inteligente.
Sus encuentros semanales era la cita más esperaba de Sakura. Planchaba su cabello para ello, por la sencilla razón de que a él le parecía agradar que ella lo llevase así.
Fue un comentario simple, arisco, nada rebuscado:
—Luces bien de esa forma—le comentó, de manera educaba.
Fue un comentario cortés, cualquier persona podría decirlo sin intenciones escondidas, ¿verdad? ... Pero para Sakura, ese comentario fue como si fuera el cumplido más hermoso que jamás había escuchado; como si lo hubieran sacado de las prosas de Jane Austen, y lo que provenía de sus labios, en lugar de simples palabras, era poesía pura.
¿Quién es él? ¿Cómo podría explicarlo en palabras mundanas?
Su cabello era oscuro, alborotado y en sus días lleno de trabajo, cuando no podía ir ni siquiera al peluquero, lo resguardaba en una rápida coleta. Del mismo color eran sus ojos, podría decirse que aún más que su sedoso cabello, pero cuando hablaba de cosas que le apasionaban —ya sea cine o libros— brillaban como un nocturno cielo estrellado. Su voz la hacía estremecer; el tremendo conocimiento que tenía aquel hombre la envolvía. Su inteligencia sobrepasaba la de cualquier persona que había conocido y sus palabras le resultaban magnéticas.
Sasuke Uchiha o mejor conocido como Doctor Uchiha.
Su psiquiatra.
A este punto, cualquier persona pensaba que Sakura había perdido la razón. ¿Quién en su sano juicio se enamoraría de su psiquiatra? Claramente alguien que carece de uno. Sabía todo ella, hasta lo que la pelirrosa quería esconder con sigilo y secretos que jamás quisiera que salieran a luz. Alguna vez pensó que ninguna persona la apreciaría siendo ella misma; pero él lo hizo. La escuchó, como nadie lo había hecho. Sus consejos la reconfortaban al grado del alivio. Conseguía que le gustara quien era y en quién sería. Admirarlo la calmaba: conseguía la paz que su ansiedad quería arrebatar con desespero. Verlo era su salvación. Sus sugerencias, sus consejos, sus gustos.
Quería saber más de él. Solo tenía su número, y de vez en cuando, compartían breves conversaciones por texto. Ella releía un millón de veces sus mensajes, y no quería mentir, se enfadaba al pensar en que él podría hablar de la misma manera que charla con ella, con otras pacientes.
Dios Santo, ¡cómo anhelaba probar sus labios y que sus manos —con sus largos dedos— la tocaran! Sakura quería reclamarlo como suyo. Era un deseo ferviente que nunca se apagaba. Una vela inmortal que crecía y prendía con fiereza.
Quería que Sasuke Uchiha fuera solo de su propiedad; que solamente ella fuera la única que escuchara su risa, sus consejos, que sus ojos fueran los únicos que él apreciara. Ella siempre conseguía lo que quería y él no iba a ser la excepción; se había convertido en presa de su propia obsesión. El azabache debía pertenecerle a ella para que no tuviera escape. Todos la habían abandonado, pero ¿él? jamás lo haría.
Pero ¿qué podría hacer? No había oportunidad, él era sumamente profesional, por ello, era uno de los doctores más reconocidos de la ciudad. Conocía su estado civil: soltero, cosa que le extrañó. Describirlo como guapo era reducir su belleza a un adjetivo simplón: él era excepcional. Recordó una vez que él estaba contando porque una paciente le confesó sus sentimientos románticos hacia él. Ella apenas acababa de empezar terapia con el doctor Uchiha, así que río, y pensó: ¿cómo mierda te enamorarías de tu psiquiatra? Debes estar muy idiota para hacerlo. Se tragó sus palabras.
