Ella escapó, pasó de ser una niña rica con todas las comodidades a estar viviendo en moteles de mala muerte y siendo pareja en turno de hombres mayores. Duraba un mes, máximo dos, siendo la otra mujer, bebiendo y fumando, fingiendo una felicidad y sonrisa al grado de doler. El vacío que sentía en su pecho era profundo y las heridas de su corazón envueltas de soledad la hacían aferrarse a cualquier hombre que la recogía en la carretera, fascinados por su jovial belleza. Encontraba un hogar que no existía en brazos de hombres que sólo buscaban follársela y ella lo sabía, pero ¿qué importaba? El amor para una persona como Sakura era un idealismo que jamás podría alcanzar. Personas como ella merecían la soledad infinita, o al menos eso creía.
Ni sus conocidos ni familia sabían a donde se había ido la humillada y triste Sakura. Vivía en un pueblo conservador, siendo presa de prejuicios y cuando salió a la luz que era la amante un hombre casado fue el escándolo más grande de Konoha. Se había enamorado ciegamente, creyendo las melosas y dulces palabras que aquel peliplata había dicho para deleitarle el oído.
"Ya me voy a divorciar".
"Eres el amor de mi vida".
"Cuando me separe, estaremos juntos por siempre".
Pobre ilusa, un hombre como Kakashi Hatake nunca hubiera hecho eso por ella. Jamás perteneció a ese pueblo y al ser humillada con insultos, junto con miradas prejuiciosas, decidió largarse. Nada la mantenía en esa prisión, ni siquiera su familia. Su padre ni siquiera la miraba a los ojos, su madre la insultaba cada vez que podía... ¿Por qué quedarse con las personas que más le hacían daño? Se decidió por la soledad, porque nadie le hacía daño y estar sola era mejor a aquel insoportable dolor.
Empacó una maleta, sus ahorros y se fue. Así se convirtió en cómplice del viento, volando sin rumbo alguno; pidiendo aventones, durmiendo en moteles con hombres diferentes, en cada nueva ciudad que visitaba, podría ser una persona diferente... Menos ella misma, porque, ¿quién mierda la amaría si ni siquiera ella lo hacía? Pero la pelirrosa amaba con locura y se avergonzaba de lo rápido que se enamoraba. Quizá porque idealizaba todo, estaba enamorada del concepto del amor. Pero al final de cuentas, terminaba siendo la mujer de todos pero a la vez, era la mujer de nadie.
Aquel día despertó con resaca, con la típica herida profunda en su corazón, fumaba un cigarrillo mientras veía la espalda del señor con el que se había acostado.
—¿Gaa... Sa?—trataba de recordar el nombre del hombre pelirrojo que estaba a durmiendo a su lado. Fue una noche vacía, sin emoción. Él se vino y se quedó dormido a su lado, como todos los hombres que sólo les importaba su propio hedonismo. Vaya hijos de puta, todavía tuvo el descaro de preguntarle si ella se había venido. Rodó los ojos de tan solo recordarlo.
Se levantó de la cama, después de apagar el cigarro que tenía en su boca, aventándolo en un vaso medio lleno de Whisky barato. Comenzó a colocarse el corto vestido que llevaba la noche anterior. Uno negro, de tirantes. Nada elegante ni nada casual, era sencillo, eso sí, la acompaña su habitual abrigo de leopardo. Lo que la hacía relucir era su larga cabellera rosa y sus preciosos ojos verdes. Se colocó las zapatillas en silencio, tomó la cartera del pelirrojo que solo Dios-sabe-cómo se llamaba y le sacó sus dólares. Vaya, este sí que era adinerado. ¿qué hacia en ese asqueroso bar donde lo conoció?
Salió de la puerta del motel y sus ojos resintieron el resplandeciente —y molesto— sol. Se puso unos lentes oscuros, dio la vuelta para encontrarse con unas de sus peores pesadillas, su corazón dio un vuelco. Debió quedarse con aquel desconocido antes de haber sabido que se iba a encontrar al mismo hombre que le rompió el corazón hace meses.
—¿Sakura?
Ella ni siquiera pudo responder. El hombre lucía perfecto como siempre, con esa mirada penetrante y encanto que lo caracterizaba.