Cuarta vida

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Chan Yeol supo que el niño que lo "adoptó" se llamaba Lee Jung Hwan y era hijo de Lee Seung Woo, un hombre que había perdido a su esposa hace un año en un confuso altercado en aquel mercado donde ahora se ganaba la vida. Buscar justicia por lo sucedido le costó su trabajo como obrero de construcción de una obra que se realizaba en el mercado por esa constructora estar implicada en el accidente de su esposa. Se le iba a compensar con un local y una mísera paga, pero solo lo estuvieron paseando por meses hasta esa constructora dejar de hacer tratos con el dueño de los puestos del mercado que terminó metiendo cizaña entre los demás comerciantes sobre el señor Lee. Que debido a él la constructora les robó. Pero, el único que estafaba a todos, era el señor Kim.

Por más que el señor Lee tuviera pruebas sólidas de fraude, no valía de nada hacer denuncia alguna. Había sido amenazado varias veces y salvado de milagro con no ser apaleado como a otros que se quejaban de las altas cuotas que el señor Kim solía imponer cuando estaba con deudas por su vicio a las apuestas clandestinas.

Y aunque el señor Lee fue echado aquel día del mercado, siguió asistiendo otros días, vendiendo en diferentes esquinas e intentando hacer algo de dinero, hasta que un día fue pillado.

Chan Yeol miraba aquel reloj roto en la mesa que parecía funcionar por indicar las horas pasar mientras veía a Jung Hwan comer, hacer su tarea, jugar y finalmente, dormir. El niño intentó quedarse despierto hasta la hora que usualmente su padre regresa a casa, pero, ese día, Chan Yeol se dio cuenta de que se estaba tardando más de lo previsto. Se acercó hacia la ventana que le faltaba lunas y estaba tapado con trozos de cartón para entre unos cuantos rasguños poder quitar un pedazo y echar una mirada afuera cuando se escabullo. Ya que, la puerta estaba cerrada y no quería despertar al menor.

Tuvo cuatro oportunidades para escapar contando esta, pero, por ciertas razones, no lo hizo. Chan Yeol empezó a sentir un fuerte desprecio contra el señor Kim por lo aprovechado que era con las personas que apenas y tenían para sobrevivir. Debió admitir que esa vida sí que era muy dura y pese a que, rechazaba comer croquetas y beber agua del grifo, tenía que alimentarse, y más cuando a veces solo había una comida por día. Con solo tres semanas conviviendo con esas dos personas, empezó a sentir cierta simpatía de observar cómo, aun con todas estas dificultades presentes, ellos seguían sonriendo como si mantenerse unidos fuera suficiente.

¡¿Qué demonios?!

Chan Yeol quiso creer que no era cierto lo que veía, pero era verdad. Más cuando observó a aquel hombre malherido apenas de pie por llegar a casa y mencionar ese nombre que le puso Jung Hwan por recordarle al gato de una serie que vio en la escuela. Chan Yeol tenía su mismo pelaje negro como la noche y unos ojos tan amarillos como el sol.

—Henry, ¿qué haces aquí?

¿Qué hago aquí? ¡Mírate! ¿Qué diablos te ha pasado?

—¿Jung Hwan dejó la puerta abierta? ¿Sigue despierto?

El niño está durmiendo, pero tú... ¡Por Dios! ¿Te atropellaron?

—Parece que luces preocupado. ¿Es por, cómo estoy? No es nada, hay medicamentos en casa.

Yo considero que es mejor ver a un doctor.

La mano de aquel hombre se sobrepuso en la peluda cabeza de Chan Yeol para brindarle unas suaves palmadas por hacer que se tranquilice. Los dolores en el cuerpo le hacían hacer muecas en el rostro, pero intentó mostrarse como si no fuera la gran cosa cuando Chan Yeol seguía maullando en protesta. De repente, el señor Lee se sentó en una grada de las escaleras cerca a la puerta de la pequeña casa para respirar hondo y llevar una mano a cubrir los ojos. Fue la primera vez que Chan Yeol lo vio dejar de sonreír para quebrarse.

Las siete vidas de un gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora