Novena vida

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—Chan Heon, levanta. Chan Heon, muero de hambre. ¡¡Idiota, levanta!!

El nombrado se levantó de golpe cuando sintió una sensación pegajosa resbalar por su cabello y frente. Alguien le había tirado un refresco al rostro mientras dormía sobre su carpeta. Y bien sabía quién fue el causante.

—Por fin despiertas, sabandija. Apúrate, ve a traer mi almuerzo.

Cuando dejó de verlo, recién se percató de que había más pares de ojos viendo la escena de siempre. Donde Sang Woo le exigía cada semana a esa misma hora que le comprará el almuerzo. Como si fuera su puto sirviente. Y todo debido a haber defendido a otro compañero que ni siquiera las gracias le dio. Solo fue ignorado de su parte. Nadie se metía. Y él tampoco podía quejarse o hacer un basta porque no quería traer problemas a su familia. Estaba solo en esto.

—Yo que tú, le hubiera dado de golpes hace mucho a ese imbécil —comentó una muchacha de otro salón que solía hablarle cuando se encontraban en la biblioteca. Esta vez, se toparon en la fila de la cafetería—. ¡Mira cómo te ha dejado! Tu cabello pegajoso atraerá moscas y hormigas.

—Me lo lavaré después de darle su almuerzo. No te preocupes, Ji Ho —respondió Chan Heon en un tono amable que causaba en la muchacha resoplar y mantener frunciendo el ceño por lo tolerante que era con la situación. Pero, Ji Ho, no podía protestar mucho. De nada servía. Chan Heon haría lo que dijo.

En la parte posterior de la escuela, el grupo de Sang Woo lo esperaba. Ese era su lugar perfecto para fumar y ver algunas revistas pornográficas. La mano derecha de Sang Woo fue quién dio avisó de que Chan Heon había llegado con el almuerzo.

—Ya decía dónde estabas, imbécil. ¡Trae para acá! —le arranchó la bandeja que trajo y miró con disgusto el almuerzo de hoy. No era de su agrado comer guiso y sopa, por lo que vertió ambos tazones sobre la cabeza de Chan Heon, causando risas entre su grupo—. ¿No pudiste traer algo mejor? ¡Qué asco!

Chan Heon intentó respirar y dejar pasar lo ocurrido sin reproche, pero, algo en él, reaccionó, esta vez, provocando endurecer sus nudillos. Acto que no pasó desapercibido para Sang Woo.

—¿Qué ocurre? ¿Acaso me quieres golpear?

Las risas se detuvieron. Todos permanecieron expectantes por saber qué desenlace iba a tener la situación presente.

—¡Hazlo! ¡Golpéame! Te daré ventaja, sabandija.

Chan Heon sabía que Sang Woo se estaba burlando. Tenía esa sonrisa de satisfacción por saber que no lo haría. De manera que, prefirió relajar las manos y darle la espalda, sin esperar que Sang Woo le tomará del hombro para hacerle voltear y propinarle un puñetazo en la boca.

—Te dije que te daría ventaja, gallina. Pero no lo aprovechaste.

Con una mano en su boca y el entrecejo contrayendo, Chan Heon no lo pensó dos veces. Lo que el golpe le hizo retroceder tres pasos, el enojo le hizo avanzar los pasos suficientes para llegar hacia Sang Woo e intentar devolverle el golpe. Sin embargo, los bravucones nunca juegan limpio, ya que siempre tienen a su grupito para sentirse a salvo. Y eso fue lo que sucedió, Chan Heon se quedó con ganas de golpearlo tras verse retenido de ambos brazos por dos compañeros de Sang Woo.

—¡¿Te atreves a querer golpearme, hijo de puta?! ¡Eres un sirviente! ¡Un jodido sirviente! Y es hora de que aprendas tu posición.

Era sabido que Sang Woo practicaba boxeo. Después de todo, su padre, un aficionado a los deportes de combate, ganador de varios campeonatos, impartía clases de boxeo y taekwondo en sus cuatro gimnasios abiertos en la ciudad. Un razonable motivo de porque Sang Woo tiene un carácter tan, rompe narices por mandar a cualquiera al hospital. Entre las peleas de colegios se le conoce como «Quebrantahuesos». Y parece que Chan Heon sabrá el por qué a tal apelativo.

Las siete vidas de un gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora