Sentado en una grada, un niño de siete años se cansó de ver desde las escaleras como un grupo de niños de nueve años se encontraban cuchicheando mientras picaban con un par de ramas un hueco en un árbol. Los ruidos que hacía el animal que estuviera atrapado dentro era muy claro que necesitaba de ayuda. El niño no podía seguir ignorando ver una escena nada correcta, por lo que en vez de ir por algún tutor de clase prefirió intervenir plantando cara frente a esos grandotes.
—¿Qué se te perdió, niño? —preguntó el niño más robusto del grupo que dejó de picar el hueco en el árbol para darle cara con el ceño fruncido.
A diferencia de su yo adulto, su yo niño era más atrevido.
—¿Qué creen qué hacen? —les reclamó atrayendo la atención de los otros dos niños.
—¿A ti qué te importa? ¡Vete de aquí! —trató de echarlo el niño robusto, pero el otro niño no obedeció y siguió firme en su sitio—. ¡Qué te largues! —fue entonces que recibió un empujón en los hombros que por la diferencia de contexturas el niño cayó sentado contra el suelo. Menos mal que estaban en el jardín por lo que no sintió mucho dolor en la caída.
—¡Ay! ¡Mi mano! —se quejó otro niño cuando el animal que estaba dentro estiró una pata para arañarlo.
—¿Cómo te atreves estúpido animal a arañar a mi hermano? —expresó molesto el niño robusto que buscó enseguida algo en particular del suelo que alzó y estuvo a nada de arrojarlo al animal si no hubiera sido detenido por el niño que empujo.
—¡No lo lastimes! —exclamó no soltando la mano donde sostenía una piedra ovalada—. ¡Arroja eso al suelo! —recibir esa orden fastidio al niño robusto para con su mano libre darle un coscorrón en la cabeza—. Dije que lo arrojes —ni con ese golpe el niño iba a retroceder.
—¡Eres un... —masculló entre dientes intentando liberar la mano de entre esas pequeñas manos ajenas para golpearle esta vez con la piedra si no fuera por el extraño ruido proveniente del hueco del árbol que lo asustó—. Mejor vayámonos de aquí —sugirió a los otros niños que estaban de espectadores y aprobaron pronto la idea sacudiendo la cabeza de arriba abajo—. ¡Quédate con esa estúpida bestia! —el robusto niño arrojó con fuerza al otro niño cerca al hueco del árbol antes de echar a correr con los demás.
El niño que se cayó mantuvo contraído el rostro por cierto dolor en su mentón al rasparse, al igual que en las palmas de sus manos y rodillas por ser algo torpe para aterrizar con el cuerpo hacia adelante. Cuando logró abrir bien los ojos se encontró con cierto brillo dentro de aquel oscuro hueco que lo asustó e hizo levantar y quedar sentado en la tierra. Con las piernas abiertas a cada lado observó como unas pequeñas patas empezaron a hacerse muestra para seguirle una cabeza, mitad de cuerpo y después una cola.
Una vez el animal salió por completo de su escondite, el niño se percató de que se trataba de un gato joven, de pelaje blanco como la nieve y ojos celestes como el cielo. Creyó que se mostraría hostil contra él, pero notó que empezó a lamerse una de sus patas delanteras para después maullar.
—¿Estás bien? —le preguntó al animal que se acercó más hacia él para sobar la cabeza contra su espalda. Por la insistencia, el niño comprendió lo que intentaba hacer—. ¿Quieres que me ponga de pie? —el que maúlle lo entendió como un «sí» por lo que comenzó a levantarse haciendo muecas de dolor hasta lograr enderezar la espalda—. Puedes ya escaparte. Esos niños malos ya no vendrán. No dejaré que te lastimen —el gato solo se quedó viendo—. ¿No me escuchaste? ¡Apura! ¡Apura! —el niño agitó sus pequeñas manos contra el animal para espantarlo.
—¡Chan Yeol! ¡Chan Yeol! —esa voz le era familiar, se dio cuenta de que su maestra lo estaba buscando.
—¡Muévete! ¡Ya va a venir! —esta vez, el gato reaccionó al aviso para pasar por un costado de Chan Yeol y detenerse detrás de él—. ¿Sigues aquí? ¡Mueve! ¡Mueve! —intentó estirar las manos para tocar al gato, pero algo lo detuvo a mirar en silencio aquellos celestes ojos que en cuestión de segundos lo hicieron sentirse cansado, muy cansado, como para dejar caer su peso dormido contra la tierra.
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Las siete vidas de un gato
FantasyA Park Chan Yeol desde los seis años le enseñaron a tocar varios instrumentos, pero, el violonchelo, se volvió su pasión. Justo en su presentación más importante, una impredecible lluvia lo lleva a salir de su taxi y correr con un paraguas por las c...