PROLOGO

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 —Giovanni, cuando puedas nos subes otra dos botellas de Moët Chandon rosado al reservado, por favor —grité al camarero, situada a unos dos metros de distancia de la barra central.

Era sábado por la noche y "La Cabaña" estaba a reventar. El club de moda entre la elite de Boston y por el que cualquiera mataría por conseguir una simple entrada.

—Por supuesto Scarlett, lo que pida la cumpleañera —gritó en respuesta guiñándome un ojo.

¡Ah!, se me olvidó mencionar que también celebrábamos mi vigésimo cumpleaños.

Y como todo aquel que es alguien en esta ciudad sabe, y el que no también, las celebraciones de la familia Murphy-Sinclair terminan convirtiéndose en el evento social de la temporada. La oportunidad perfecta para codearte con lo mas selecto o para salir en la portada de cualquier revista del corazón que se precie.

Me deslicé por la pista, colándome como si fuese un ser incorpóreo por entre los asistentes. Me sentía flotar, mientas por los altavoces sonaba el último éxito de Dua Lipa. Mi cuerpo se mecía al compás de las suaves notas y me dejé llevar por el ritmo, hasta que unos brazos fuertes y familiares me agarraron con firmeza por la cintura. La calidez de su cuerpo era reconfortante y porque no decirlo me ponía a cien tenerlo cerca.

—¿Por dónde te has escapado pequeña? —susurro Owen posando los labios sobre mi oreja. Su aliento cálido, particularmente en esa zona tan sensible de mi cuerpo, era capaz de provocar infinidad de sensaciones en mi bajo vientre.

Owen era la combinación perfecta de príncipe azul y canalla de instituto. Guapo a rabiar, de portada de GQ, con su metro noventa y pico, atlético y fibroso, con unos ojos capaces de hacerte cometer la mayor de las locuras.

Mi novio de la secundaria y desde hace unos meses mi flamante prometido.

—Ser la anfitriona requiere de ciertas atenciones por mi parte —respondí aproximando mi cuerpo al suyo —tú, podrás tenerme el resto la noche —le recordé mientras me deslizaba por entre sus brazos hasta liberarme por completo de su agarre.

—¿Es una promesa? —gritó algo molesto mientras me alejaba y me fundía entre la multitud.

Solo recibió de mi parte un guiño y una sonrisa traviesa.

Anduve de nuevo hasta el reservado saludando por el camino a decenas de personas, de las cuales, si soy completamente sincera, creía conocer a una cuarta parte. Podía afirmar categóricamente que esta fiesta se me había ido de las manos por completo y más tarde tendría que pagar las consecuencias ante la jefa.

Ese pensamiento fugaz me hizo caer en la cuenta de que no sabía nada de ella desde la hora del almuerzo y eran ya más de las dos de la madrugada. Doce horas sin que mi madre se hubiese reportado o me hubiese llamado para formular alguna queja sobre la desastrosa organización del evento. Eso, en una Murphy, era de lo más extraño. Por nuestras venas corría, espesa como la sangre, la necesidad imperiosa de controlarlo todo y a todos en cualquier momento, lo que resultaba en cierta medida ser un gran problema, dicho sea de paso.

Subí el pequeño tramo de escaleras que conducían al reservado, lo más rápido que mis Louboutin y el ceñidísimo vestido de Prada me permitían, cuando casi me doy de bruces al chocar de frente con Candela.

—Scarlett, cariño. Si hablas o ves a tu madre, dile que me llame urgentemente. Ha habido un problema con el último pedido... —comentó sin apenas detenerse a mirarme.

Ante mi silencio y mi expresión perpleja, se detuvo tomándo una de mis manos con la suya.

—Perdona cielo, pero está siendo una noche caótica y agotadora —deslizo la mano libre por la frente retirando un par de oscuros mechones rizados que se le habían pegado por el sudor. —Solo dile, si la ves, que me llame lo antes posible a mi número particular.

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