CAPITULO 2 - VERDADES A MEDIAS

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El nombre "Jeff Maxwell & Asociados" estaba grabado, en letra negrita y cursiva, sobre la pequeña chapa de latón dorado de la puerta de entrada. Una enorme e imponente puerta en madera de haya con doble hoja, que daba paso a uno de los más lujosos y prestigiosos bufetes de abogados de la ciudad de Boston.

La vida de los Maxwell y los Murphy siempre ha estado estrechamente ligada, desde que mi abuelo llegara en barco a los EEUU procedente de la lejana Irlanda. Con tan solo una vieja y desvencijada maleta de cuero marrón y todas las ganas de comerse el mundo, mi bisabuelo pisó esta, la que llamaron "tierra de las oportunidades" junto a un joven y asustadizo Lionel Maxwell.

Ganándose la vida como podían, con empleos de poca monta y mal pagados, fueron capaces de pagarse la carrera de derecho. No sin esfuerzo. No sin que casi les costara la salud.

Lo que sentía por mi familia, pero en especial mis sentimientos hacia aquel hombre al que no llegué a conocer, es un orgullo infinito. Un orgullo heredado de padres a hijos. La tenacidad, la fuerza de voluntad y la valentía de los Murphy que ha pasado de generación en generación.

Es por eso, entre otras cosas, que me niego a que todo por lo que mi familia ha luchado quede en manos de Nicholas Wolf.

—Buenos días —saludó Owen a la recepcionista en cuanto cruzamos el umbral —venimos a ver a Jeff Maxwell.

—¿Tienen ustedes concertada una cita? —comunicó sin apartar la vista del ordenador — el señor Maxwell no atiende sin cita previa.

—Disculpe señorita... —respondí de inmediato acercándome al mostrador donde se encontraba la joven —Anabel —dije en cuanto pude leer el nombre en una pequeña placa que colgaba de la solapa de su americana. —Soy Scarlett Sinclair y tenía cita con Jeff a las nueve.

En ese momento la joven alzó la vista por primera vez desde que entráramos en el despacho. Su mirada viajaba de entre los enormes guardaespaldas que se encontraban flanqueando la entrada, siguiendo a Owen y terminando en mí. Algo fugaz cruzó por su cabeza y creo que fue ese, el momento exacto en el que se dio cuenta de quien era, de con quien estaba hablando.

—Disculpe mis modales señorita Sinclair —se levantó apresuradamente de la silla rodeando el enorme mostrador de cristal —por favor acepte mi más sentido pésame por el fallecimiento de su madre —algo nerviosa se alisó las arrugas inexistentes de la falda de tubo que formaba parte del uniforme.

Todavía se me hacía raro que la gente me diera el pésame. Pese a que había recibido centenares de correos electrónicos y cartas con las condolencias de familiares lejanos, amigos, conocidos y socios de mi madre, era algo a lo que jamás me acostumbraría.

—Muchas gracias Anabel. — la joven asintió y una leve sonrisa se dibujó en su rostro —Ahora si es tan amable, podría decirle al señor Maxwell que hemos llegado, tenemos algo de prisa.

Sentí el contacto de la mano de Owen, un gesto tan casual como conocido para mí, que ahora se me antojaba de lo más molesto. Con suavidad me empujó para que siguiera a Anabel hasta el interior del despacho.

No nos veíamos desde el funeral de mi madre y tampoco es que tuviésemos mucho tiempo para hablar. Cuando la recepcionista abrió la puerta de entrada, el familiar aroma a puro habano se coló hasta lo más profundo de mi ser. Un olor que siempre me recordaría a mi abuelo. Él y Jeff, al igual que ocurrió con sus padres, siempre han estado unidos y nuestras familias estrechamente ligadas. Para mí estar aquí, suponía reencontrarme de nuevo con una parte de mi pasado que jamás me permitiría olvidar.

—Señor Maxwell, su cita de las nueve, la señorita Sinclair —en el momento en que la joven nos anunció, la sorpresa se adueñó del rostro arrugado de Jeff.

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