CAPITULO 9 - A 3700 KILOMETROS

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No era un secreto para nadie que odiaba volar. En realidad, cualquier medio de transporte que obligase a que mis queridos pies se despegasen del suelo no era en absoluto de mi agrado. Sentí mareos desde el momento en el que el avión despego y de eso hace...; no recordaba cuantas horas llevábamos en el aparato y las náuseas iban en aumento a cada minuto que pasaba. Los sudores fríos perlaban mi frente.

No sabía nada desde que salimos de Boston, ni en que punto del mapa me encontraba en este momento, ni hacia donde nos dirigíamos. El mutismo que había adoptado Axel me estaba matando.

A través de la pequeña ventana que había junto a mi asiento, lo único que alcanzaba a divisar eran nubes sumidas en la más profunda oscuridad de la noche. A mi izquierda, los dedos de Axel se movían sobre la pantalla de su teléfono de forma frenética. Toda su energía se encontraba concentrada en lo que estuviese haciendo. Tanto fue así que ni se percató del momento en el que me levante para ir al aseo que se encontraba en el extremo opuesto del avión.

Caminé lentamente por el pasillo donde la suave moqueta amortiguaba mis pasos. El silencio, solo alterado por el zumbido de los enormes motores que se alojaban ambos lados de la nave. Era de noche cerrada y el resto de los pasajeros dormían plácidamente en sus asientos.

Entré en el pequeño habitáculo de dos por dos y cerré con pestillo. Me recliné sobre el pequeño lavabo de material, apoyando mis manos en el borde, observando como las ojeras se habían dibujado en mi rostro y el maquillaje en el que tanto me había esforzado esa misma tarde, lucia borroso y apagado. Huellas del cansancio y de todo lo que había vivido hacía apenas unas horas. La sudadera con capucha negra que llevaba era al menos dos tallas más grande y los pantalones de chándal habían visto días mejores. En su momento no me atrevía a preguntar a quién pertenecían o de donde los habían sacado. Solo acepté lo que Evan, el amigo de Axel me ofreció mientras caminábamos apresuradamente por la terminal del aeropuerto de Boston. Un par de zapatillas de deporte, las cuales si eran nuevas a juzgar por la etiqueta que Evan arrancó justo antes de entregármelas. Observo mi reflejo de nuevo y desconozco la imagen que me devuelve.

En que momento todo se prendió, lo desconozco.

En que momento mi vida dio un giro de trescientos sesenta grados, no lo sé.

—¿Scarlett? —escuché decir a Axel desde el otro lado de la puerta.

—¿Qué quieres? —respondí secamente. Una parte de mí quería culpar a Axel de todo lo que había sucedido, aunque eso no habría sido justo en absoluto. Él no tenía la culpa de que mi vida fuese una mierda y de que la gente que me rodeaba, esos buitres carroñeros estuvieran a la espera de que su presa, o sea yo, cayera para lanzarse en picado. Aun me

producía escalofríos recordar la conversación que ambos mantuvieron en aquel despacho. El desprecio y el odio que emanaba de sus palabras.

Pero ahora mismo todos esos sentimientos me estaban azotando como el viento durante una tormenta. Y tal como este no distingue su objetivo, yo tampoco. Solo actúa y devasta a su paso

—Solo quería saber como te encontrabas, disculpa... —su voz sonaba lejana, aunque sabía que se encontraba a apenas unos centímetros de mí. Apoye la cabeza contra la puerta y conté hasta diez.

Abrí minutos más tarde encontrándolo con ambos brazos apoyados en el marco. Sus músculos lucían tensos, aunque su rostro reflejaba derrota, como si hubiera perdido un importante combate.

—Perdóname, no pretendía ser grosera. Es solo que, —alce las manos al aire —todo esto...

—Lo sé pequeña —su cuerpo se relajó y sus brazos me agarraron por los hombros, acercándome a él. —te prometo que todo ira bien a partir de ahora, ya me estoy encargando de ello.

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2022 ⏰

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