CAPITULO 7 - LA PUNTA DEL ICEBERG

12 4 1
                                    

-¿Se puede saber qué demonios te ocurre? -gritó Nadia deslizándose por la pista de forma frenética mientras intentaba golpear la bola.

Mis gritos desgarradores hicieron eco, llamando la atención de los que por allí pasaban en ese momento. Era un volcán de emociones y sensaciones que estaba a punto de hacer erupción.

Me sentía usada y avergonzada.

Mi yo interior me estaba abofeteando por el comportamiento del que había hecho gala hacía apenas unos minutos. En que se supone que estaba pensando para andar restregándome de aquella forma, para comportarme como una puta necesitada.

Con un hombre doce años mayor que yo..., estúpida, estúpida, estúpida.

Había contratado los servicios de Axel Meyer para desenmascarar al asesino de mamá, no para andar follando.

Repetía la misma frase una y otra vez cuál mantra, mientras sacudía la pelota con más fuerza en cada golpe.

-¡Ya está, se acabó! -escuché a Nadia gritar a lo lejos antes de tirar la raqueta contra el cemento verde de la pista.

-¿A dónde vas? -grité en respuesta sin apenas aliento.

-A donde sea, pero lejos de ti...

De nuevo la realidad se hizo latente. Estaba proyectando toda la rabia contenida en mi interior con Nadia. Dejé la raqueta en el suelo y corrí hasta alcanzarla, justo antes de que pudiera salir de la cancha.

-Lo siento mucho - respiré agitada -ha sido un día de mierda y no tenía por qué haberlo pagado contigo.

-No, no tenías -escupió irónicamente a la vez que una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro.

-Prometo contártelo todo, en cuanto pueda.

-Eso espero Scarlett, solo quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte en lo bueno y en lo malo, pero no soy tu saco de boxeo, no puedes pagar conmigo tu frustración de esa manera.

Esa alusión al boxeo me hizo recordar al causante de todo este malestar y nuestra cita de las dos.

-Prometo compensarte, te lo juro... -la abracé repartiendo miles de besos por sus sonrojadas mejillas. -Ahora tengo que marcharme. -Asintió escondiendo una sonrisa mientras recogía las cosas que había dejado desperdigadas por la pista.

Miré el reloj.

Las dos y cinco del mediodía, llegaba tarde de nuevo.

Sin molestarme en cambiarme o en darme una ducha, me dirigí al pequeño almacén situado justo detrás de las canchas de tenis. Un recinto en el que se guardaban redes de repuesto, máquinas y pinturas para el mantenimiento de las pistas y herramientas varias. Abrí la puerta y el silencio me sobrecogió. Entré dejando que la puerta se cerrara de un portazo tras de mí.

-Hola... -alcé levemente la voz con la intención de que si Axel se encontraba por aquí pudiera escucharme. -¿hay alguien?

Varios minutos de silencio sepulcral mientras me habría paso entre las podadoras y los cortacésped.

-¿Va a ser siempre así? -gruñó una voz a mi espalda.

-Así como... -no me hizo falta girarme para saber a quién pertenecía.

-¿Piensas llegar tarde cada vez que nos veamos?

-Eso depende.

-No tienes idea de lo exasperante que puedes llegar a ser -bufó pasando por mi lado mientras se dirigía a una pequeña oficina que había al fondo del enorme almacén.

EN ROJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora