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Septiembre 3, 1979.

Corea del Sur, ¡cómo no amar a su país! Si todos los días se llevaba el mejor saludo por parte de sus vecinos.

—Largo de aquí, drogadicto de porquería. No toques mi basura.

Las mañanas eran sublimes en Suncheon y ¡cómo no! Si podía escuchar las plegarias de su vecina desde su puerta, mientras alistaba el motor de su Honda Dax negra para ir a la escuela.

—Dios, perdona a los pecadores que viven en libertinaje y transgreden tu palabra todas las noches.

Como decía, preciosas mañanas en un país tan avanzado y amigable, en el que no podía dar un paso en la calle sin llevarse alguna palabra gratuita de quien sea que pasara por su lado.

Kim JongIn vio a su vecina y le sonrió, agitando una mano hacia ella.

—Buen día también para usted, señora Park.

La anciana, que llevaba ruleros en la cabeza, un mandil amarillo de flores y un rosario en la mano; se llevó la mano al pecho, horrorizándose por haber recibido una palabra de su parte.

—¡Demonio! —dijo antes de meterse a su casa, como si realmente hubiese visto a uno.

JongIn meneó la cabeza y se rio, al tiempo que pisaba el acelerador y maniobraba el timón de la moto, a fin de calentar el vehículo.

Su hermana menor salió poco después con su mochila en la espalda y su refrigerio en mano. Solo una bolsa.

—¿Y mi refrigerio? —preguntó JongIn cuando su hermana se subió detrás de él.

—Papá dijo que te compres algo allá —respondió, colocándose el casco.

JongIn bufó.

—No puedo creer que sea así de rencoroso.

—Te fuiste durante dos días a quién sabe dónde y apenas llegaste hoy en la madrugada. ¿Crees que deba estar saltando en un pie y mimándote?

De acuerdo, sí, la había jodido bastante. Pero en su defensa, había olvidado su moto y el carro de sus amigos se quedó sin gasolina a mitad del camino; así que no pudieron volver hasta encontrar una estación cercana en donde pudieran recargar el carro.

—¡Fue un accidente! Ya lo expliqué.

—Pudiste haber llamado.

—¿Y con qué teléfono, genia? Estábamos en medio de la carretera.

—¿No encontraron uno en la gasolinera?

—El puto teléfono estaba malogrado. ¿Crees que soy así de desconsiderado?

La menor resopló fuerte y su mirada cayó al piso.

—Estuvimos muy preocupados por ti, idiota.

JongIn chasqueó la lengua.

—Ya, lo sé. Supongo que me lo merezco. Un desayuno no es nada, después de todo.

—Te voy a dar la mitad del mío cuando lleguemos.

—No, quédatelo. Tú todavía necesitas crecer, estás muy enana.

—Eres un imbécil. Ya, date prisa o llegaremos tarde.

JongIn apenas había dormido aquella noche, luego de llegar empapado por la lluvia del inicio de otoño. Se suponía que estaría en casa un día antes de comenzar las clases, pero nada salió como lo había planeado. Tuvo que tomar una ducha fría para quitarse el sueño de encima, además de tragarse una charla incómoda con su padre; por lo general, este no alzaba la voz ni mucho menos lo golpeaba, pero esta vez, HeeChul había perdido los estribos. JongIn lo comprendía, estuvo muy preocupado por él y lo mínimo que podía hacer para mostrar respeto era quedarse callado y escuchar. 

Once upon a Summer [KaiSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora