Ocho

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La despertó el timbre y pensó que lo había imaginado pero cuando estaba volviendo a dormirse, cosa que le costaba, volvió a sonar. Al ver que el dueño de la casa seguía profundamente dormido le sacudió el hombro.

—Pato, el timbre.

—¿Eh? —Murmuró sin moverse ni abrir los ojos.

—Están tocando el timbre.

—Se van a ir. —La voz le salió ronca y las palabras fueron casi inentendibles por no modular a causa de tener la mitad de la cara contra la almohada.

Quien estaba afuera dejó el dedo sobre el timbre y ahí no le quedó otra que salir de la cama. Bajó sólo vestido con el bóxer y abrió la puerta cubriéndose los ojos porque la luz del sol le hacía mal.

—La puta que te parió. —Saludó a Guido que entró en su casa sin esperar que lo invitara a pasar.

—¿Estabas durmiendo? —Lo fulminó con la mirada y el rubio rió porque siempre era él el que se quedaba dormido.— Habíamos quedado en que venía para ir a lo de los viejos.

—No a las once de la mañana, boludo. —Recriminó después de mirar el reloj en la pared.

—No tenía nada en casa para desayunar. —Iba a irse a la cocina cuando descubrió un jean negro demasiado pequeño incluso para ser un chupín de su hermano, una campera de jean, borcegos y una cartera al lado de la guitarra sobre el sillón.— ¿Con quién estás?

Patricio lo ignoró y subió las escaleras para volver a su habitación.

—Vino Guido. —Le avisó volviéndose a meter en la cama mientras ella dejaba su celular al costado después de responder un par de mensajes porque desde que llegó a la casa del cantante no lo había tocado en absoluto. Pato se estaba quedando dormido cuando el volumen altísimo de la televisión del living llegó hasta ellos a pesar de la puerta cerrada.— Pendejo de mierda. —Luna rió ante la ofuscación de él.— Me lo está haciendo a propósito, lo voy a matar.

—Para eso son los hermanos. —Comentó con cierta nostalgia en la voz.

—Te preguntaría por qué el tono, te juro que me interesa, pero estoy demasiado dormido para retener lo que sea que me respondas. —Sonrió por la sinceridad y se dejó arrastrar para recibir el abrazo de él.— ¿Dormiste bien?

Masculló un sonido de afirmación, cómoda en el contacto con el calor de su cuerpo. No era cierto, le costaba mucho dormir en casas ajenas y sólo consiguió hacerlo bastante después de que él. Si bien no se había emborrachado para llegar a un estado deplorable, la cantidad de alcohol de la noche anterior también había colaborado a que no pueda descansar en esas poquitas horas que concilió el sueño.

Al ruido de la tele se le sumó el de la guitarra que se acercaba y alejaba, era claro que el rubio estaba subiendo y bajando por la escalera tocando el instrumento para molestar a su hermano.

—Que forro que es, si él está con una mina y hay que bancarlo yo lo banco. —Aunque protestaba, Luna advirtió el trasfondo de diversión en su voz.

—¿Nos levantamos?

—Ni en pedo, no le voy a dar el gusto. —Dijo metiendo las manos por dentro de la remera de ella para acariciarle la espalda. Le encantaba la suavidad y calidez de su piel. Tenían las piernas entrelazadas y cuando ella levantó la vista sonrió al ver que la miraba con los ojitos tan chinitos.

—Sos muy lindo recién despierto, qué hijo de puta. —Él le devolvió la sonrisa.— La cantidad de pibas y pibes que quisieran estar en mi lugar para verte así.

—Y... la verdad que sí, sos muy afortunada.

—Dios, ¡qué ego que tenés, nene! —Dijo riendo y él se unió.

Patricio se reacomodó en la posición y le restregó su erección en la pelvis. Ella lo acarició sobre la tela del bóxer para excitarlo más, luego metió la mano adentro para masturbarlo y cuando sintió contra su rostro la respiración agitada de él se escabulló debajo de la sábana para practicarle sexo oral.

—Vos sos el afortunado. —Le dijo cuando él acabó y se levantó para ir a higienizarse, se giró para mostrarle una sonrisita en acuerdo a esa declaración.

Antes de ingresar al baño que tenía en su habitación, buscó en su placard algo para prestarle porque era cierto que la mancha de helado en su remera blanca había sido culpa suya por estar molestándola con la cuchara llena.

Guido la vio bajar las escaleras vestida solo con remera y tanga y el teléfono en la mano junto con la remera limpia, sin importarle que él estuviera en el living. Le recorrió el cuerpo con la mirada y pensó en hacerle algún comentario, pero ella no le dio tiempo porque agarró su ropa y se metió en el baño. Salió un ratito después vestida y con el pelo recogido en una colita.

—Buen día, rubio. —Lo saludó con un beso en la mejilla antes de guardar su remera sucia en la cartera y sentarse al lado suyo para calzarse los borcegos. Miró que en la mesita ratona tenía un café, un jugo de naranja y un plato con dos tostadas.— Ah bueno, veo que te cansaste de jodernos y te pusiste a desayunar.

—Quería joder a Pato. —Aclaró y ella le dió a entender que lo sabía, que no le importaba.

En la tele delante suyo se veía una pelea de algún deporte de golpes a la que él le estaba prestando bastante atención. El dueño de la casa bajó cambiado y con el pelo mojado. Miró de reojo a su hermano que comía, absorto en lo que sucedía en el combate.

—¿No le ofreciste nada para desayunar, boludo? —Le reprochó al ver que ella estaba con su celular.

—Es tu invitada, no la mía. —Dijo antes de meterse en la boca el último pedazo de tostada.

Rió ante la mirada de su hermano y, después de que entre los dos la convenzan de aceptar el café diciendo que Guido era un experto preparándolo, se fue a la cocina para prepararles una taza a cada uno. A decir verdad Luna aceptó porque lo necesitaba para poder funcionar por las pocas horas que había dormido y para contrarrestar el efecto del alcohol de la noche.

—Te queda bien la remera.

—Me siento un árbol que el perro meó para marcar territorio. —Bromeó haciendo referencia a que la prenda negra que le dio era una del merchandising de la banda, a la que ella le hizo un nudo para ajustarla a su cintura porque le quedaba oversize.

—¿Querés que te mee? ¿Te va la lluvia dorada? —Siguió la joda.

—No seas pelotudo, no. —Dijo haciéndolo reír, contagiándola.— Gracias porque me hubiera dado vergüenza ir a almorzar con mis amigas con la remera manchada. ¿Es una canción? —Le preguntó señalando la estampa turquesa y la frase "Mila, Saturno y el río".

—Sí, es de las de Guido.

—¿Qué cosa es mía? —Apareció él pasándole una taza humeante a cada uno.

—Mila. —Le contestó su hermano apuntando el título de la canción impreso en la tela.

—Ahh sí, ¿no la conocés? —Negó con la cabeza tomando un trago del café, lo señaló y le hizo un gesto para decirle que estaba bueno. El rubio le guiñó el ojo.

—Conozco los hits nomás. —Admitió sin vergüenza ni culpa, no les iba a mentir.

—Vas a tener que ir a algún concierto. —La invitó Patricio.

Se quedó charlando con ellos hasta que llegó el auto que había pedido. Se despidió con un beso en la mejilla de Guido y dejó que Pato la acompañe hasta la calle, donde le remarcó lo bien que la había pasado esa noche, él puso cara de pícaro y ella comentó que el sexo también estuvo bien.

Durante el camino hasta Olivos, donde se iba a juntar con sus amigas, fue pensando en que le gustaba la forma en que se estaban dando las cosas con el músico. Meditó que le gustaría mantener esa dinámica. Incluso le parecía extremadamente divertido y excitante pensar que tres de las cuatro veces que se vieron fue porque se encontraron de casualidad. Ojalá eso siguiera sucediendo. Le gustaba que él fuera tan auténtico y desapegado, nunca hizo nada que la hiciera sentir insegura o en peligro cerca suyo y tampoco buscaba venderle humo para conseguir llevarla a la cama. Era la primera vez que se vinculaba de esa forma tan natural y simple con un chabón.

Por mil noches (Pato Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora