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Alrededor de una semana había pasado sin más incidentes, todo gracias a que había descubierto que la puerta trasera de aquella casa que invadía para conservar la poca salud mental que me quedaba, estaba abierta. Claro que tuve que trepar una barda para llegar a ella, pues cuatro paredes rodeaban el perímetro del jardín. Pero había valido la pena.

Mi recién adquirido hábito de husmear entre las cosas de mi vecino regresó. Descubrí una caja marcada como «Mudanza de Peeta». Al abrirla, estuvo claro que eran cosas que su padre y sus hermanos debieron de juntar para él cuando dejó la panadería para venir a vivir a la Aldea. Un par de juguetes de madera, un osito de trapo, crayolas (que debió fabricar él mismo en casa), un par de libros de cuentos, cuadernos del colegio y un cuaderno de bocetos.

¡Ey! ¡Recordaba ese listón! Alrededor de los diez años, lo llevaba atado a mi trenza y al volver de clases lo había perdido. Era imposible que Peeta lo hubiese tomado sin mi permiso. Era de suponerse que lo había encontrado y lo había guardado para mí. Conociéndolo, seguro que se acobardó antes de decidirse a regresármelo y con el tiempo lo había olvidado. ¿Qué habrá pensado su padre al ver que su hijo menor tenía un listón entre sus pertenencias? ¿Sabrían que era mío?

Curioseé el cuaderno de bocetos, ojeando dibujos principiantes de pasteles, flores y de pequeñas niñas con trenzas (claramente Primrose y yo). Encontré unos cuantos estudios más serios del cuerpo humano, sobre todo de la forma femenina. La sangre se me fue a la cara al imaginarlo dibujando eso. No eran obscenos ni nada, pero era como ver desnudos. Lo cerré de golpe, sin poder quitarme el temita de la cabeza ¿Sería por eso que en general no le molestaba ver a personas desvestidas o, en su defecto, que lo vieran a él? Recordaba cómo en nuestros primeros Juegos se había mostrado sin pudor alguno de quedar expuesto ante mí y ante la televisión nacional.

Y lo más turbio de todo: ¿De dónde sacaba las referencias?

Esperaba que hubiera encontrado un libro de dibujo en la biblioteca de la escuela...

Luego estaba el hecho de que Peeta tenía más cuadernos con varios bocetos míos. Retratos, más que nada, sin embargo, no podía dejar de preguntarme si había algún dibujo como los otros, de una figura femenina con rasgos parecidos a los míos o con una trenza.

Guardé el cuaderno. No estaba lista para saberlo y se sentía como que estaba invadiendo intimidad de más. Me sentía como una pervertida mirona. Un día no podía mirar a enfermos desnudos y al siguiente me preguntaba si Peeta me dibujada sin ropa. Mal. Mal. Mal.

Estaba claro que dentro de estas paredes mi visión del mundo cambiaba. A diferencia de mi casa, fría y sola, aquí se sentía casi como un hogar, aun estando deshabitada. El aura del único Mellark restante se respiraba en el ambiente y era cuasi medicinal. Aquí no pensaba en tragar arsénico. Aquí no cargaba con la muerte de mi hermana como una mochila llena de rocas, sino como un velo de pena. Aquí brillaba el sol y las plantas del jardín crecían libres.

Se sentía una calma tal que me permitía vagar en temas de tan poca importancia como esos, más normales para otras chicas, el tipo de conversación que escuchabas constantemente en el colegio y que había omitido durante años al verme obligada a desempeñar el papel de proveedora para mi familia.

No entendía cómo estando lejos, todavía se sentía la calidez que Peeta podía emanar, cómo podía hacer que ese lugar pareciera lleno de vida, una casa tan grande con un solo habitante... Debí de haberlo visitado más cuando podía. Habría sido interesante verlo en sus actividades diarias. Mirarlo preparar pan bien temprano por la mañana y salir a admirar el amanecer si tenía la oportunidad, observarlo tender su cama y pintar lo que sea que proyectara su imaginación, verlo prender el fuego de la chimenea y preparar té para la tarde...

MIENTRAS NO ESTABAS | EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora