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—¿Katniss?

—¿Sí?

—¿Esta es mi cobija?

Despegué mi cabeza de la almohada en alerta. Era una noche anormalmente fría y como Peeta insistía en dejar (aunque sea) una rendija abierta para que corriera el aire, íbamos a necesitar un par de mantas extra si no queríamos morir congelados. Solo que había olvidado un pequeño detalle: todavía guardaba las cosas que tomé sin permiso de su casa.

Lo vi sosteniendo el objeto en cuestión, una de sus cejas levantadas y, si no sufriera de una ligera inestabilidad mental, juraría que una sonrisa se ocultaba en la casi imperceptible tensión de su mejilla.

—N-no. ¡Qué va a ser eso tuyo, Peeta! —chillé.

—Estoy bastante seguro de que es mía. Fue un regalo de Effie.

—Bueno, quizás nos dio una idéntica a ambos. Cierra la boca y ven a la cama.

—Llevo meses buscándola.

—Pues ya puedes casarte con ella ahora que la has encontrado. Ahora duérmete.

Guardó silencio mientras se metía en la cama, cubriéndonos a ambos con la dichosa manta y con otra más que había traído consigo.

—¿Sabes? —susurró, pegándose un poco a mí ya que yo no me movía para tomar mi posición usual sobre su pecho—. Cuando regresé encontré algunas cosas... fuera de lugar en mi casa.

El corazón me pegó un brinco. Si no estaba acelerada ya por la vergüenza de ser descubierta, ahora estaba al borde del colapso, podría ponerme a llorar.

—Debió ser por los temblores de la explosión —murmuré como una pobre excusa. Sentí el movimiento de su estómago, indicando que se estaba riendo de mí.

—Ya... No estoy seguro de que los temblores de las explosiones husmeen en mis cajas.

—No. Tienes razón. Debió ser Haymitch.

Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

—Ah... Ya. También debió ser él quien se llevó mi botella de loción. Con eso de que le gusta oler bien...

¡Ya estaba, eso era todo! Lo empujé fuera de la cama, olvidando que él era más fuerte que yo y que podía llevarme consigo de un tirón. Fue exactamente lo que pasó.

—¿Qué voy a saber yo de eso? Cierra el pico ya —Pataleé fuera de su agarre en el suelo.

Rehuí cuando me sonrió en complicidad. Maldita sea, él lo sabía. No tenía ni una pizca de duda de que había sido yo quien invadió su casa y hurtó sus cosas. Lo peor de todo era que esta era una conversación muy oportuna para admitir que lo extrañaba tanto en ese entonces que no había podido evitarlo y que ahora que lo tenía conmigo deseaba envolverlo en esa estúpida manta y no dejarlo ir jamás, retenerlo con besos si hacía falta.

Pero mi cerebro y mi corazón no parecían llevarse bien. Conspiraban en mi contra.

—Sabes que eres terrible mintiendo —comentó Peeta.

—Y tú eres pésimo dejando caer noticias.

—¿Qué? Claro que no. Siempre causo una conmoción. Soy la voz de la novedad, la voz de Panem... ¡Casi detuve unos Juegos!

—¡Oh, basta ya!

—Y al parecer tú tienes talento para entrar a las casas de tus vecinos cuando ellos no están.

—No tienes pruebas.

Peeta dio un gesto a la cobija con la cabeza.

—Puedo preguntarle a Effie.

MIENTRAS NO ESTABAS | EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora