diecinueve, pt. 2

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Los Bosques Crepusculares eran extrañamente inmóviles, como si el tiempo llevara siglos sin pasar dentro de la espesura. Incluso el aire estaba como estrechamente tejido: quieto y opresivo. Al principio, el trío intentó mantener su charla ligera. Pero eso no tardó en parecerles inapropiado, casi ofensivo, como si estuvieran profanando algo sagrado al romper aquel silencio sobrenatural.

Se movían con lentitud. No había un sendero definido, y sus caballos tenían que ir cuidadosamente sorteando el follaje, las nudosas raíces y las rocas musgosas. Clay no dejaba de darse en la cabeza con ramas bajas, lo cual sacaba carcajadas de los otros dos. George tuvo el mapa en las manos en todo momento, guiándolos por puntos de referencia.

El bosque no tardó en dar fe de su fama de peligroso. Cuando apenas llevaban una hora, los densos árboles dieron paso a un desfiladero que estuvo completamente oculto hasta que el caballo de Sapnap estaba resbalándose por el borde, arañando tierra suelta. George tuvo que alzar una mano instintivamente, forzando al suelo a quedarse quieto el tiempo justo para que Clay pudiera coger las riendas de Sapnap y tirar de ellos hasta suelo firme, justo cuando el borde del precipicio se derrumbó y dio paso a la pared de roca.

—Gracias, Clay —dijo Sapnap con los ojos abiertos como platos, y continuaron.

Un rato después, Clay los detuvo, con una mano levantada en señal de alerta, ya que algo acababa de chocarse en el bosque delante de ellos. Los tres se quedaron helados en el sitio cuando vieron un enorme jabalí salvaje abrirse paso entre los árboles, moviendo el morro por el aire. El jabalí era gigante, casi un metro y medio y ochenta kilos, con colmillos largos y afilados.

Miró en su dirección, y entonces dejó escapar un chillido terrible antes de salir directamente hacia George, a la carrera, destrozando todo a su paso.

George hizo a su caballo retroceder, pero su cerebro falto de sueño tuvo un cortocircuito — no tenía ni idea de cómo detener a la bestia desbocada, y durante un segundo pensó que esa cosa iba a abrir a Daisy en canal con esos colmillos, hasta que dos flechas volaron por el aire y se clavaron en el costado del jabalí, haciéndolo retroceder con un berrido de dolor. Clay preparó otra flecha y la hizo volar, y el jabalí huyó corriendo al bosque y desapareciendo entre los árboles.

George miró a Clay con estupor.

—¿Estás bien? —preguntó el Príncipe, asegurándose el arco a la espalda.

—Sí —dijo George en un aliento.

—Qué bien que tenemos a Clay para protegernos, ¿eh, George? —dijo Sapnap con una suave risa. George tragó saliva por toda respuesta.

Unas horas después, fue George quien detuvo al grupo.

—¿Oís eso? —preguntó.

A través del espeso aire, podían oír algo que recordaba a agua en movimiento. Siguieron el sonido hasta llegar a un río amplio y poco profundo que llevaba una corriente constante, burbujeando y deslizándose sobre un suave fondo rocoso.

George se acercó a Clay para enseñarle el mapa. —Vamos al sur desde aquí, y entonces al oeste en la curva del río.

—¿Por qué nos estamos fiando de George con el mapa? —Sapnap soltó su ataque desde la distancia— Le cuesta orientarse hasta en su propio cuarto la mayoría de días.

—Eso fue una vez —saltó Clay a la defensa de George—. Y solo porque no dejabas de darle whisky.

—Vale, también es verdad —bufó Sapnap—. Pero si George nos pierde y nos quedamos sin comida, sé a quién me voy a comer primero.

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