XI

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La primera semana desde su regreso transcurrió muy deprisa para Baekhyun y Luhan. Empezó la segunda. Era la última que pasaría el regimiento en Meryton, y las jóvenes de la vecindad languidecían por instantes. El abatimiento era general. Sólo los dos hijos mayores de los Xiao eran aún capaces de comer, beber, dormir y dedicarse a sus quehaceres cotidianos. Zhan y Tao, que se sentían enormemente desgraciados, les reprochaban a menudo su falta de sensibilidad, pues no podían comprender tanta dureza de corazón en miembros de su propia familia.

-¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Qué vamos a hacer? -exclamaban con frecuencia, transidas de dolor-. ¿Cómo puedes sonreír así, Lu?

Su afectuosa madre compartía todo su pesar; recordaba cuánto había sufrido en una situación muy parecida, veinticinco años antes.

-Estuve llorando dos días seguidos cuando se marchó el regimiento del coronel Millar -dijo-. Pensé que se me rompería el corazón.

-Estoy seguro de que a mí se me romperá el mío -observó Tao.

-¡Si pudiéramos ir a Brighton! -exclamó la señora Xiao.

-¡Oh, sí! ¡Si pudiéramos ir a Brighton! Pero papá es tan irritante.

-Unos baños de mar me dejarían nueva.

-Y la tía Philips asegura que a mí me sentarían muy bien -añadió Zhan.

Tales eran las lamentaciones que resonaban sin cesar en la casa de Longbourn. Luhan intentaba divertirse con ellas, pero el sentimiento de vergüenza podía con su animación. Comprendía cuán justas habían sido las objeciones del señor Oh; y se sentía más dispuesto que nunca a perdonarle su intromisión en los asuntos del señor Park.

Pero la tristeza de Tao no tardó en disiparse, pues recibió una invitación de la señora Forster, la esposa del coronel del regimiento, para que la acompañara a Brighton. Esa amiga inestimable era una mujer muy joven, casi recién casada. Tao y ella, igual de alegres y vivarachos, habían simpatizado en seguida: hacía tres meses que se conocían, y llevaban dos siendo íntimos amigos.

El entusiasmo de Tao en aquel momento, su adoración por la señora Forster, el júbilo de la señora Xiao y el disgusto de Zhan resultan fáciles de imaginar. Haciendo caso omiso de los sentimientos de su hermano, Tao corrió exultante por la casa, pidiendo a todos que lo felicitaran, riendo y hablando más fuerte que nunca, mientras el infortunado Zhan se quedaba en la sala lamentando su suerte; y sus palabras eran tan poco razonables como malhumorado su tono.

-No sé por qué la señora Forster no me invita también a mí -protestó-, aunque no sea muy amigo suyo. Tengo el mismo derecho que Tao, o incluso más, porque soy dos años mayor.

Luhan intentó que entrara en razón y Baekhyun que se resignara, mas todo fue en vano. La invitación, en lugar de suscitar en Luhan los mismos sentimientos que en Tao y en su madre, le pareció la sentencia de muerte de cualquier posible muestra de sentido común por parte de su hermano; y, consciente del rechazo que despertaría si llegaba a saberse, no pudo sino aconsejar en privado a su padre que no le permitiera ir. Le habló del comportamiento irreflexivo de su hermano, de lo poco que le beneficiaría la amistad de una mujer como la señora Forster, y de la posibilidad de que, con semejante compañía, fuera aún más imprudente en Brighton, donde las tentaciones serían mayores que en casa. El señor Xiao lo escuchó con atención y dijo:

-Tao no se calmará hasta que haya hecho el ridículo en algún lugar público, y nunca podrá hacerlo de un modo menos costoso y molesto para su familia.

-Si comprendiera usted -señaló Luhan- el daño que puede causarnos a todos... mejor dicho, que ya nos ha causado... que la conducta alocada de Tao sea del dominio público, estoy seguro de que vería este asunto de un modo muy diferente.

Orgullo y Prejuicio (HUNHAN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora