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La casa de Alfonso apareció ante ellos después de más de una hora conduciendo. No vivía en el centro de Nueva York, pero tampoco estaba muy alejado de la ciudad aunque, con el tráfico, era imposible tardar menos en llegar. La casa era de piedra, enorme y rodeada de preciosas enredaderas y rosas. Había varias luces encendidas y, cuando Alfonso aparcó junto a las escaleras, la puerta se abrió, dejando a la vista dos personas vestidas de blanco y negro.

— Son Silvina y John. Silvina se encarga de mantener la casa en orden y que todos hagan su trabajo y John se encarga de los coches y su mantenimiento.
— ¿Son tus únicos trabajadores? —Alfonso soltó una carcajada.
— Claro que no, Silvina acabaría agotada. Hay tres jardineros, dos cocineros y varias limpiadoras. Pero solo Silvina y John viven aquí.
— ¿Viven en tu casa?
— En la segunda casa —señaló la parte de atrás de la casa—. Está solo a unos diez minutos andando, se lo ofrecí cuando Silvina se quedó embarazada.
— ¿Están casados?
— Desde hace diez años —sonrió, asintiendo—, pero no consiguieron ser padres hasta hace cinco. Llevan trabajando para mi ocho años y cuando me contó que querían seguir trabajando para mí aunque tuvieran al niño, les ofrecí la casa para que pudiesen estar siempre cerca de su hijo y de su trabajo. Muchas veces soy yo mismo el que acerca a Max al colegio, es un niño encantador y muy curioso —miró su reloj y arrugó un poco la nariz—. Podrás conocerlo mañana, ahora es muy tarde. Pero suele desayunar en mi casa los días de diario.

Anahí sintió como se le encogía el corazón. Había leído miles de historias sobre el despiadado Alfonso Herrera, sobre lo duro e inflexible que era en los negocios y lo insensible que era en sus relaciones. Pero lo que Alfonso le estaba contando lo hacía ver cómo una persona totalmente diferente, tierno, amable y comprensivo. Con ella había sido muy atento y, aunque había desconfiado y había sido un imbécil al contarle lo del embarazo, se había preocupado por ella en todo momento. Ofreciéndole comida y casa, incluso... Respiró con dificultad, ¡matrimonio! Alfonso estaba loco, apenas se conocían, solo físicamente, ¿cómo era capaz de pedirle matrimonio? Sintió como su vista se volvía a nublar y se agarró del brazo de Alfonso para no caerse.

— ¿Estás bien? —él colocó una de sus manos en su mejilla y después en su frente mientras la atraía hacía su cuerpo—. Anahí... Responde.
— Si, si —susurró—. Yo solo... Ha sido un mareo.

Alfonso fue a protestar pero la voz de Silvana interrumpió cualquier reacción que él hubiese tenido.

— Uy, los mareos son lo peor —soltó una pequeña risa—. Yo los tuve durante el primer trimestre, ¿verdad John? El pobre estaba todo el día pendiente de mi, me llevaba a los sitios en brazos, no me dejaba hacer grandes esfuerzos, cada vez que abría los ojos tenía algo de comer preparado, listo para metérmelo en la boca...

John rió.

— Se empeño en seguir trabajando hasta que la barriga le pesase tanto que no pudiese moverse y así lo hizo. Tenía que asegurarme que lo hacía bien así que, antes de que pudiese decir nada, le metía una tostada o cualquier cosa que hiciesen los cocineros en cuanto abría los ojos.

Anahí pasó su mirada de uno a otro, envidiando en silencio lo que tenían. Silvina miraba a John como si este fuese su mundo y John la miraba a ella como si de verdad no existiese mejor tesoro en él. Ella creía haber tenido eso con Alex pero se había equivocado tanto como había sido posible, sino más. Suspiró y miró a Alfonso, a su lado, fuerte y duro. Tenía el pelo alborotado, como cuando habían estado entre las sábanas, la barba incipiente que la había acariciado entera también estaba ahí, sus ojos eran de un verde tan intenso que podría quitar la respiración y su aroma... Pero jamás tendría lo que Silvina y John parecían tener y eso era lo que Anahí quería, por eso era por lo que quería casarse. No porque fuese a tener el hijo de un desconocido porque precisamente eso era lo que eran, desconocidos.

Embarazo inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora