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Algunas semanas después, Susi ya le había hecho un hueco permanente en su pequeño piso.

— Es una bobada que busques un alquiler teniendo sitio de sobra aquí —le había dicho cuándo Anahí le había preguntado, disimuladamente, cuándo quería que se fuese—. Yo no tengo planes de encontrar un marido ni de formar una familia, y siempre viene bien compartir gastos con alguien a quien quieres ¿Por qué vivir las dos solas, pudiendo estar siempre acompañadas? Podemos hacer mil planes... ¡He oido que van a poner una exposición de tu artista favorito en el MoMa! Podíamos ir algún día cuando salga de trabajar...

Habían ido esa misma semana al museo y Anahí se había sentido maravillada al ver tantas obras de arte tan bonitas. Habían hecho miles de planes más pero, dos días atrás, Anahí había empezado a encontrarse mal y, como una inesperada tormenta había estado muy cerca de inundar medio Nueva York, lo había achacado al frío que había sentido al llegar a casa, empapada de pies a cabeza.

Se había dado un buen baño caliente y había tomado sopa para cenar, junto a un buen té de rooibos que Susi había comprado en el super la tarde antes porque le habían dicho que era bueno para fortalecer el sistema inmunológico. Esa noche había dormido como un bebé, pero al día siguiente, había comenzado a sentirse mal, había empezado a echar el desayuno, a marearse e incluso a repeler algunos olores y sabores que le producían malestar. No le había querido decir nada a Susi, pero esa mañana le había pillado junto a la taza del baño, con el pelo enmarañado y ojeras bajo los ojos. Estaba pálida y seguía con el estómago revuelto.

— ¿Qué te pasa?
— Creo que un virus —Susi arrugó la nariz.
— No tienes buena cara, deberías ir al médico.
— Se me pasará en unos días. Tranquila, no te lo pegaré.
— Eso no me preocupa, pero no deberías ir a trabajar... Pídete el resto de la semana libre.
— En seguida se me pasa, es solo un rato, de verdad.
— Aun así, deberías pedirte el día por lo menos, ir al médico, comprar algún remedio... Hazme caso, Annie.
— Está bien, mamá —respondió en tono burlón.

Anahí llamó al trabajo para decirle a su jefe que se encontraba mal y que no iría a trabajar, por lo menos hasta mañana. Había sido comprensivo y le había dicho que solo volviese cuando se encontrase mejor y Anahí se había sentido peor porque, como le había dicho a Susi, solo se sentía mal un rato y después estaba como nueva.

Se había sentado en el sofá media hora después, duchada y con el pelo seco y brillante y había decidido llamar a su madre para preguntarle qué tal la semana. Ella había respondido al tercer tono y, después de ponerse un poco al día, sobre todo con la vida de Luisa porque la suya era aburrida y monótona, aunque había habido una noche... Agitó levemente su cabeza en el momento en el que su madre le preguntaba cómo estaban, ella y su corazón.

— Estoy bien, mamá —insistió.

Le preguntaba siempre que la llamaba y, desde qué le había dicho que el compromiso con Alex se había acabado, Anahí había disminuido el número de veces que la llamaba simplemente para no tener la misma conversación una y otra vez. No quería recordar a Alex, ni a Alice, ni como había sido traicionada de esa manera. Quería mirar hacia el futuro, su futuro. Pero su madre no hacía más que recordarla el pasado y Anahí no podía dejar de preguntarse cómo había sido tan tonta de no ver las señales que demostraban que Alex era un infiel y un capullo.

Cuando se había despedido de ella, había agarrado su bolso y había salido de casa con intención de ir al médico y pasar por la farmacia a por algo que le relajase el estómago pero, como no había pedido cita, le había tocado esperar varias horas. Eso era otra de las cosas que no le gustaba de Nueva York, las salas de espera estaban siempre a rebosar y si no tenías un buen seguro te podías dejar el sueldo de un mes en la consulta. Por suerte, ella lo tenía, pero no la suficiente para una atención inmediata.

Embarazo inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora