8

3.3K 225 7
                                    

Al ver cómo el cuerpo de Anahí reaccionaba contra el suyo, Alfonso la estrechó con fuerza contra su pecho y profundizó el beso introduciendo su lengua en su interior. Sintió como las manos de ella viajaban por su espalda, dejando una dulce sensación que le hacía desear más y más hasta que un gemido casi inaudible resonó entre ellos.

Alfonso abrió los ojos sorprendido y en ese momento se dio cuenta de donde estaban y hacía donde les estaba llevando aquel beso. Quería acostarse con ella, lo deseaba desde lo más profundo de su ser, pero cuando lo hiciese quería que estuviesen en la privacidad de su habitación y que Anahí suplicase por ello. La miró, tenía los labios hinchados y entreabiertos, esperando más caricias de los suyos. Tenía los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacía atrás, dándole un acceso directo a ella. Sonrió y depositó un beso casto y leve en sus labios.

— Tenemos que irnos —susurró aun con sus labios pegados a los de ella—. No querrás salir en todas las portadas porque te haga el amor en plena calle a plena luz del día, ¿verdad?

Anahí sintió como todo su cuerpo se ruborizaba y como su corazón latía con fuerza. Alfonso agarró su mano, riendo, y tiró de ella de vuelta al coche. Cuando llegaron, la ayudó a ponerse el cinturón y cerró su puerta asegurándose que todo estaba bien antes de deslizarse tras el asiento del conductor.

Estaban llegando a su casa cuando Anahí comenzó a hablar de nuevo:

— Creo que es momento de contárselo a mi madre —suspiró.

Había estado todo ese tiempo ocultando parte de la verdad a su madre. Susi nunca le había caído bien, así que apenas pregunta por ella y con lo que sabía le era suficiente, pero el trabajo era otra cosa. Cada vez que la llamaba le preguntaba qué tal le iba en en el trabajo, qué hacía... incluso una vez le llegó a preguntar qué había comido y con quién. Anahí había empezado a dejar de llamarla para no mentirle, como con como estaba. Pero ya no podría ocultarlo más, empezarían a salir imágenes de ella junto a Alfonso y Luisa todavía no sabía nada sobre eso.

— Podemos ir a visitarla si quieres.
— ¿A Texas? —Anahí abrió los ojos sorprendida.
— ¿Por qué no? Podríamos aprovechar el fin de semana. Creo que es hora de conocer a mi suegra.
— ¿Tu suegra?
— Futura suegra, está bien —dijo, con una pequeña sonrisa en sus labios.
— Alfonso, no tiene gracia.
— ¿Y como se supone que vas a presentarme? —paró frente a la casa— ¿Como el donante de esperma?¿Como el hombre con el que vives porque será el padre del bebé? Debes admitir, Anahí, que ninguna de esas opciones le gustaría a una madre. 

Anahí apretó los puños mirándole sin apenas pestañear. Odiaba que tuviese razón. Pero, aunque no quisiese admitirlo, su madre pondría el grito en el cielo si, después de una boda fallida, apareciese embarazada y sin ningún plan de formar un futuro estable con el padre.

— Te odio —susurró, sin apenas mover los labios. Alfonso sonrió, girándose del todo hacia ella, y llevo una de sus manos a su mejilla, acariciándola con cuidado.
— ¿Segura? —había usado la voz ronca y profunda que le erizaba la piel y la petrificaba en el sitio por eso no pudo hacer nada cuando él se fue acercando lentamente a ella hasta rozar sus labios con la lengua.

Anahí gimió levemente, mientras sentía como todo su cuerpo se estremecía por el contacto con Alfonso. Estaba a punto de besarlo de nuevo cuando alguien golpeó el cristal de la ventana de Alfonso, haciéndola saltar en el sitio y colocarse de nuevo. Le escuchó maldecir y ella se apresuró a desabrocharse el cinturón y salir del coche antes de que pudiese pasar algo más.

John sonrió a Alfonso cuando esté bajó del coche y lo saludó como siempre.

— No sabía que interrumpía algo, lo siento...
— No te preocupes —acarició sus sienes con su dedo gordo y anular y suspiró frustrado sintiendo la erección que le había provocado tentar tanto a Anahí— ¿Pasa algo?
— Hay alguien que pregunta por usted. Le advertimos que se había ido con la señorita Anahí y que podrían tardar, pero insistió en quedarse y esperarle. Al ver que no salía del coche, pensé que la señorita se había mareado como siempre y me acerqué para ver si necesitaban ayuda. Está claro que no era así pero... —se rascó la nuca con su mano, ruborizándose.
— ¿Quién me busca tanto?
— Se llama Gilda Costa, ¿la conoce?

Embarazo inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora