Compras e irresponsabilidades.

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—Aquí estás. 

Levantó la cabeza con el rostro compungido, el constante siseo de las gotas contra el asfalto no le permitía estar atento a lo que sucedía en su entorno. Por eso no supo cuando llegó y mucho menos cuando la campana dio aviso a una nueva clase. Lev sentía que era difícil mirar al cobrizo cuando el agua iba directo a sus párpados. 

—¿Qué quieres? ¿ya es hora de irnos?

—No, solo decidí salir antes. Estaba buscándote.

—¿Qué hay del director? 

—Mientras el señor Greene no te encuentre, como ahora, no es problema —Edward estaba completamente tenso—. Ven, te enfermarás ahí.

Siguió al chico por decisión propia, al menos así lo quiso ver. No era difícil seguirle el paso cuando ambos tenían casi la misma altura. 

—No creo poder.

—¿Por qué no? 

El Volvo reluciente le estaba sacando la lengua, no de forma literal. Arruinaría un buen coche.

—¿Qué pasa?

—Estoy todo empapado.

—Y yo también, sube.

Ninguno de los dos se movió. Lev no deseaba estropear el interior del vehículo y Edward no se iría sin él. Uno de los dos tenía que perder, ese fue el azabache. 

Qué te costaba darme esta vida, Dios. 

—Ponte esto. 

Ni se había puesto el cinturón de seguridad para cuando Edward le tendía un abrigo limpio y bien cuidado.

—Podrías ponértelo tú, no lo necesito.

—Contraerás un resfriado en ese estado.

—¿Y qué hay de ti? No hay diferencia. 

—Te aseguro que estaré bien, póntelo. 

La voz del cobrizo sonaba ciertamente dura y no lo estaba mirando, deseaba darle la suficiente privacidad y comodidad para que el de anteojos pudiera cambiarse a algo seco. No tenía intenciones de mirar su desnudez. Lev por su parte se desvistió rápido, ocultando las prendas húmedas dentro del bolso con el dolor de su alma, sabía que el olor a humedad iba a estar allí. Eso dio paso a que el auto se pusiera en marcha. Bajo la nariz de Lev danzó un aroma que fascinante, provenía de la ropa.

—¿Qué hacías ahí? Podías quedarte en cualquier otra parte, bajo techo. 

—Fue una tontería. 

—Estaban preocupados por ti.

Miró su perfil, el cabello le goteaba. Una vil mentira. 

—No soporté tanta cháchara sin sentido.

—La gente jamás deja de sorprender... ¿se puede saber qué fue?

—Solo algo que me dio dolor de cabeza.

Un teléfono sonó entre los dos.

—Lo siento —el cobrizo se dirigió al otro antes de contestar. 

Lo sostuvo unos instantes sobre su oído y luego colgó.

—¿Te gusta la música? 

—Actualmente no suelo escuchar música, entonces...

—¿Te importa si pongo algo? 

—Me da igual. 

Encendió el reproductor de su coche para los dos, el sonido de un piano no tardó en llegar. Había esperado otra cosa y no porque lo quisiera, es que lo sorprendió. 

EXHAURIO - EDWARD CULLEN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora