Tic, tac.

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Las idas y vueltas a la casa de Jacob no levantó sospechas a nadie, incluso cuando su salud no cambió. Y que el estrés era mucho más visible que tiempos pasados. Jacob deseaba que lo dejaran para otros días y Lev se negó rotundamente. Para entonces y con los avances que habían hecho con la ayuda de ambos, nadie más, las motos estaban de pie y con una perfecta función. Gracias a Black, eran como tener un regalo recién comprado. 

—¿Qué te dije, eh? ¡Es una maravilla!

Jacob era el más emocionado de los dos, aunque su ánimo puro contagiaba a Lev. Ambos brindaron con una soda. 

—¿Será que podemos ponerlas en marcha? 

—Vamos, ayúdame a ponerlas sobre la camioneta. 

Ambos empujaron cada moto hacia el coche de Lev, abriendo la zona de atrás y subir con cuidado los aparatos. Las llaves pasaron a mano del menor por su conocimiento de un buen terreno. Recorrieron en un camino no pavimentado hasta dar con la zona rocosa, cerca del acantilado e ir mucho más allá. El moreno tanto como los de la reserva eran conscientes de ese lugar, solo que le daban diferentes usos. 

—¿Has utilizado una moto alguna vez? 

—Nunca. 

—Es sencillo, te iré explicando e iremos despacio. Tenemos toda la tarde —Jacob miró el cielo, sacando un poco la cabeza por la ventanilla—. Me retracto... lloverá. 

—Tenemos más tiempo que este, no te preocupes.

—Eso espero, considéralo como un amarre. Yo te doy la moto, tú vienes seguido.

Lev soltó una carcajada.

—¿Por qué? ¿tanto me quieres aquí?

—Por favor, eres uno de mis pocos amigos y que no veo hace mucho. Hace unos día Rachel llamó, está encantada de poder verte. 

En una zona libre de árboles con su camino de tierra y rocas, el ancho camino era perfecto para ambos. Lev, arriba de la moto, siguió las indicaciones del más bajo e hicieron una prueba en un corto recorrido. Ambos deseaban ir juntos por la calle e incluso, llegar hasta la carretera con la esperanza de no toparse con Charlie o alguien conocido. 

No tenían cascos, guantes y mucho menos una ropa apta en caso de accidente. No importó. La adrenalina y el momento era lo que valía más, podía ser que esa aventura no se repetiría. Aprovecharon durante esas horas en las que la lluvia no hizo presencia, Lev no deseaba llevarse de fango. Siendo primerizo, llevó las cosas con mucha calma y no pasó el límite de velocidad. Jacob mostraba sus dotes de experto. Presumido.

De regreso a la camioneta, sacaron un bolso que contenía un par de sodas, unos cuantos sándwiches y una radio. Quedando en la carretera que daba más cerca al risco de su playa, se sentaron entre la hierba y admiraron la altura. 

—¿Es allí donde querías lanzarte?

—¡Hm! —asintió el moreno con la boca llena, el cabello se sacudía por las ráfagas de viento.

—¿Te das cuenta que por la altura, las olas y por lo que puede recibirnos, moriremos? 

—No, no puede ser posible. Conozco gente que lo ha hecho, pero debes saber nadar muy bien y claro, una buena compañía que sepa sacarte en caso de apuros. Es bueno cuando no hay marejadas. 

—¿Lo has intentado?

—No —carcajeó el menor. 

—¿Me quieres matar? Seríamos dos novatos cayendo desde un acantilado, nos rompemos la cabeza. ¿Quién nos rescata?

EXHAURIO - EDWARD CULLEN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora