A la luz de la Verá

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En la entrada de la casa había restos de cenizas que le revelaban que la noche se dilataría pues su sospechoso había estado ahí. Primero se encargó de buscar a su esposa que estaba en su lecho durmiendo, luego siguió inspeccionando cada escondrijo de la casa, no lo retrasó tanto pues su casa era lo más minimalista posible: la comida era justa para ambos, sólo estaba el cuarto de ellos y el abandonado cuarto de la visita; había una pequeña mesa para dos personas, dos cuadros de la familia de ambos como única decoración, siete conjuntos de ropa de cada uno, una sencilla cocina, dos baños con ducha e inodoro; una en el cuarto de ellos y otra en la sala de estar donde sólo había un televisor junto a un sofá para cuatro personas. Lo hicieron así pues su neurosis obsesiva lo invadían con una mortal pena que exigía milimétricamente el orden, que de no ser atendido lo llevaban a tener vergüenza, desconfianza; y por lo tanto agresividad con actos sadistas que sufrían algunos delincuentes que nunca denunciaba si no que los torturaba con la condición de nunca llevarlos a la cárcel. Al final aquellos delincuentes terminaban prefiriendo la cárcel, y todas las demandas por agresión se perdían por sus amigos poderosos.

Por encontrar que lo único diferente en la casa estaba en el recorrido de su esposa, le dio a concluir que el sospechoso permaneció en la puerta o era su esposa. Se dirigió al cuarto de nuevo.

—Vera, amada mía, quiero que me mires a los ojos y con total sinceridad me digas si tú eres mi enemiga. —Le anuncio con su pistola alzada hacia su frente, Vera no dijo nada, esperando a que su esposo se apaciguara. —Quizás tu erotomanía te ha hecho amarme tanto como para obligarme a regresar a lo que me hacía feliz. Es decir, en esta red muchas cosas me llevan a ti, conoces mucho de mí, estas al corriente de mis planes de contingencia, sabes cuando salgo y has leído conmigo todo tipo de literatura.

— Solo baja el arma amor. Hablemos.

—Es que tiene tu voz, tu gusto por el metal sinfónico, sigues la utópica filosofía budista, compras sólo los autores de renombre y siempre has querido la mediocre pintura de Dalí.

—Entiendo ¿no crees que se debe a que nos han estudiado muy bien?

El detective quería halar el gatillo por gusto, pero sintió que su esposa tenía razón, de alguna forma concebía amarla con odio más de lo que el corazón le permitía y estaba seguro de que sólo apunto el arma para matarla bajo cualquier excusa. No era la primera vez que los situaban en su contra, más criminales estaban al tanto de la desmedida con que Vera amaba a Zart y la desmedida con que el odio de Zart llegaba amar a Vera. Catorce años como pareja les tenía que brindar seguridad, así que, bajo el arma, se acostó al lado de ella con rasgados suspiros. Recordaba a esa mujer que no conseguía llorar y que le era demasiado familiar, sólo que su demacrado rostro le impidió acordarse de quien, sólo sabía que era alguien que había amado mucho. Vera lo abrazo entre su pecho, vacío las lágrimas de su esposo como si acaso su mano quitara los pecados y la tristeza.

Quizás porque la noche vestía su mejor gala de desgarradas luces o porque el silencio se apoderaba de los balbuceos de lo tierno, tal vez fue porque las nubes se habían alejado de tan ermitaño cielo o porque las llamas del fuego eran mínimas al sentir de sus corazones, que después de un beso largo cada uno se desnudó olvidando que esa noche pudo haber acabado en un homicidio. Cosa que se apaciguo por los gemidos como si el sexo fuera una gaza para los traumas.

Al despertar después de esa combinada noche de sentimientos logró recordar todo el amor hacía Vera, se sentía mal, como si hubiera ultrajado su relación. Cuando ella salió a trabajar le hizo una carta con una caligrafía hermosa para compensar la intención de matarla.

"Hoy liquido mis lamentos antes de emprender mi inspiración al aire, para poder asir de los vientos las únicas palabras que tienen derecho de acariciarte. Pero tengo que ser sincero, coexisto con mucha gente que odio más que a ti, aun así, no encontré una doncella que me inspirara en el amor ¡ahhh el amor! Qué mejor manera de empezar una carta que con el concepto más trillado y por consiguiente el menos seguro de escribir.

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