Pistas en las cenizas

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El sol parecía hojear con Zart la portada de su periódico con el mismo fervor de su pupila. En esa época digital pocos compraban la inscripción del periódico; porque era más fácil verlo por aplicaciones que resumen las noticias en memes y porque muchos de los citadinos sabían que todos los medios de comunicación estaban comprados por ciertas entidades con autoridad política, por lo que pensó nadie se enteraría de su fracaso como detective.

En un país—que vamos a decir que es Italia, esto por dos razones: la primera es que su escritor no esta tan cuerdo como diferenciar donde pasaron los hechos y segundo para no denigrar el nombre de otro país, y ¿por qué si el de Italia? Porque todos saben que haya si es seguro y que no es el país al que le pasaron estas atrocidades— la gente estaba cansada de que la policía sea insuficiente para infundir por lo menos un grado de respeto a los criminales, por lo que una mitad del pueblo esperaba que con este caso limpiarán sus antecedentes y la otra mitad quería confirmar su ineptitud. Los políticos y los policías que sabían de Zart no tuvieron otra oportunidad que contactarlo, negociando con él para no arrastrarlo a sesiones necesarias con psicólogos.

Nadie sabía que ocurría en la cabeza de él, pero desde que intentó prestar servicio en las fuerzas armadas sabían que no era normal: los psicólogos que lo examinaron sabían que nada se le escapaba por su trastorno de psico rigidez o del trastorno obsesivo compulsivo; otra sospecha que tuvieron era el asperger, esto dado a su poca sociabilidad, pero fue descartada cuando vieron que entendía de alguna forma el sarcasmo. Ningún militar pudo desenterrar su pasado, quizás porque él tampoco lo conocía y era el único conocimiento que no le importaba poseer, decía con frecuencia: <<el pasado se lo lleva todo, en especial las lágrimas.>>Luego agregaba a los más próximos: <<no hay peor amnesia que la que instaura un corazón deprimido.>> Su prestación de servicio fue negada cuando altos mandos fueron a investigarlo y se toparon con gente poderosa que resguardaba todos sus datos. Hicieron un pacto donde nadie más indagaría sobre él, pero tampoco iban a integrar a un desconocido.

No tenía un jefe y tampoco estaba en la obligación de corresponder a los llamados de socorro, sin embargo, hace mucho tiempo habían secuestrado a Vera, ello suscito una extraña nostalgia llena de piedad a las mujeres que estaban siendo raptadas, convenciendo a Zart de aceptar el caso. Vera pensó por un momento que lo resolvería rápido por las constantes pistas que deponía, pero cuando prendió la televisión y advirtió el gesto huraño de su esposo supo que era un asunto difícil, tal vez imposible.

Las noticias tenían seductores eslogan: "La reencarnación del destripador". "El hombre manos de tijeras ataca de nuevo". "El anticristo tiene carne y vive entre nosotros". El hecho de que las víctimas eran mujeres hacía que el perfil psicológico se adecuara más a un hombre. Eso no le daba una pista y menos la razón, todas sus hipótesis, como nunca había pasado, estaban basadas en lo que soportara el aire; parecía un detective novato y todo su renombre como el único detective respetable en ese país: se perdía.

Se fue a cepillar los dientes, hirió sus encías, escupió en el centro del lavamanos y se fue a recorrer la noche, ya no le importaba acomodar su cepillo milimétricamente o encontrar patrones de números o de colores al transcurrir el día. Se sentía mortal como los citadinos que diversas veces denigró y se odio con el mismo nivel de aborrecimiento que les conservaba. Su esposa sabía que no podía hacer más pues si algo lo apaciguaba o lo hipnotizaba era la meditación insondable de caminar a solas.

Había llegado a su parque preferido, sintió por la dirección de su cigarro que las farolas lo juzgaban, que el pasto lo hundía, que el frío lo disecaba; percibía a lo lejos las voces de cariñosos ecos de una canción vieja, sentía que los perros ladraban un íntimo vitoreó, pero todo el ruido era silenciado con las voces de su cabeza. Hurgó en su bolsillo hasta hallar la libreta donde apuntaba todas las ideas con relación a los sospechosos, al lado sintió su esfero, un esfero especial que ganó al atrapar un homicida; con la otra mano, en el otro bolsillo del pantalón sintió la caja de Marlboro junto a su mechero de plata. Dejó la libreta en su lugar y sacó otro cigarro.

Juego de máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora