Genesis

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Caminando por la senda entre los rubros de las sombras Zart empezó a mirar el comienzo de todo este reto, si algo le trajese respuestas sería el pasado pues del futuro no tenía nada más que las vagas pistas del presente. Tenía que ahondar mucho más. Así que volvió aquella tarde en que por vez primera escuchó sobre su enemigo.

Era una tarde tranquila para Zart y su esposa, estaban vislumbrando la estepa como si acaso fuera a desmoronarse o recién estuviera naciendo ante sus ojos, resguardados estaban en una cabaña cuando sin previo aviso su primera afirmación era correcta, estaban a punto de ver cómo el paisaje se desmoronaba por rehacer en ellos la vida que él había abandonado.

—Una carta para el señor Zart.

—No vengas a molestar niñito.

—Es de los de arriba, se había jurado nunca molestarte, así que si no quieres aceptar está bien.

—Bien, no me interesa. —Respondió Zart casi cerrándole la puerta en la cara, el mensajero quedo en el soslayo de la puerta.

—Pero por lo menos lea la carta, parece algo personal contra usted.

—¿Por qué lo dices?

—Porque este asesino está replicando sus primeros casos resueltos, hasta los que se supone estaban clasificados.

Zart abrió tomando la carta y cerrando la puerta con brusquedad, pero no era una carta, estaba a sus ojos el expediente del caso, junto con otras pistas en una carpeta negra. Zart se había ido por mucho tiempo a vivir a Estados Unidos por lo que un desaliento atendió las notificaciones, sólo dejo la carpeta en la mesa con un golpe seco, los casos estaban pasando justamente en el país donde estaba, ya que fue ahí su comienzo como detective. No recordaba bien sus inicios, sólo se acordaba del señor calvo que hablaba con un millonario.

—En serio ¿crees que un niño pueda resolver este caso?

—No es cualquier niño... es mi niño.

—¿Qué quieres a cambio?

—Quiero que financies mi proyecto, si todo sale bien, será el inicio de una nueva era ¿Si sabes a lo que me refiero? Quiero no esté al alcance de nadie, me servirá en un futuro.

—El asesino es Edward. —Murmuró Zart al haber escuchado el caso cuando bajaba sus escaleras, el caso debía ser resuelto fácilmente pues estaban en un pueblo como para no adivinar entre los pocos personajes quién era el asesino, se sospechaba del carnicero, se sospechaba del extranjero, se sospechaba de la esposa del mismo hombre que estaba ahí, pero nunca hubo suficientes pistas de quien había asesinado a la moza del hombre millonario—, nadie puede verlo porque están enfrascados en su presente que no pueden ver el pasado, su otra mujer esta desollada como un animal por lo que sería fácil echarle la culpa al carnicero o a quien de pronto ha tenido un buen aprendizaje de la carnicería de los animales en otro país, hasta la primera sospechosa al igual que usted es fácil echarle la culpa por un crimen pasional, pero créame cuando le digo que es Edward.

—¿El bibliotecario? —Preguntó el millonario.

—No es extraño pensar que su mujer siempre iba con un libro a todas partes, un libro que nunca leyó porque sus hojas se veían impecables, nunca tenía una solapa, y parecía no avanzar en su lectura, y que aquel libro después de su muerte apareció en la biblioteca, sin que haya registros de aquel libro prestado. Ella se cansó de ser su moza y se vengó con alguien más.

—Pero ¿por qué con el bibliotecario?

—Porque era el único que pasaría desapercibido, era el único lugar donde nunca te encontraría, donde los ojos de los vecinos no estorbaban, ni el chisme podía expandirse, es como una caja fuerte de secretos, donde no ponía en peligro la vida del bibliotecario, aunque al parecer si la de ella.

Juego de máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora