Cuando de apostar se trata, perder, no es una opción, y Amelie lo tiene muy claro. Sobre todo cuando la apuesta es respecto al chico que dice odiar. Por ningún motivo quiere dejar que se salga con la suya.
Él es arrogante, tosco, mujeriego, insopor...
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La cena con Martha estuvo perfecta como siempre. La comida estuvo deliciosa, las conversaciones nunca se acabaron y por supuesto risas hubo un montón. Me agrada pasar el rato con ella. Nunca me aburro.
Casi siempre paso más en su apartamento que en el mío, ya sea porque intento huir de alguna situación cotidiana con mamá y sus invitados, o simplemente porque me dan ganas de conversar con ella y escucharla hablar sin parar. Siempre tiene algo nuevo que contarme. Hablamos de lo que sea. Desde lo más interesante hasta lo más tonto que son las estupideces que hace Tony, su hijo.
Lo que más me gusta de ella es que es que me trata... bonito. Ella me inspira confianza y protección. Con ella no finjo tener una vida perfecta, porque sabe muy bien que no es así, y sin embargo, cada que la visito se encarga de ayudarme a olvidarme de ello.
Mi distracción favorita es pasar horas y horas en la cocina intentando hacer esa nueva receta que aprendió por ahí y luego gozar o sufrir con el resultado. El otro día hicimos una torta de no sé qué, pero se nos pasó un poco en el horno y al final sabía horrible. Ha dicho que debemos intentar hacerla de nuevo, pero modificando la receta para añadirle algo que la haga quedar deliciosa. Sé que el segundo intento nos saldrá bien.
En fin, ella me ha ayudado demasiadas veces en casi todo y le estaré agradecida eternamente por ello. Por eso una pequeña manera de retribuirle es compartir mi tiempo libre haciéndole compañía. Su esposo falleció hace varios años y siendo Tony su único hijo, prácticamente se la pasa sola todo el día. Dice que yo soy su segunda hija y yo le digo que ella es la mamá que me hubiese gustado tener.
—¿Segura que no vas a quedarte aquí? —pregunta mientras terminamos de fregar los platos—. Sé que yo me duermo temprano pero tú podrías quedarte viendo la televisión o viendo tu teléfono. No sé.
—No te preocupes. Ya te dije. Quedé con unos amigos para ir a pasear por ahí.
—¿Y a dónde se supone que irán a pasear siendo pasadas las ocho de la noche. No creo que a un parque, ¿o sí?
Una pequeña risa se me escapa.
—No. No iremos a un parque.
Me dedica una mirada inquisitiva como intentando hacer que le cuente mis planes, cosa que no voy a hacer. Al menos no del todo, sino solo una parte.
—Iremos a bailar.
—¿A uno de esos clubes que están a las afueras de la ciudad?
—Sí. No está muy lejos.
—No sé cómo es que a ustedes los jóvenes les gustan esos lugares.