Cuando de apostar se trata, perder, no es una opción, y Amelie lo tiene muy claro. Sobre todo cuando la apuesta es respecto al chico que dice odiar. Por ningún motivo quiere dejar que se salga con la suya.
Él es arrogante, tosco, mujeriego, insopor...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Estamos en Café Roma. Es una cafetería en la afueras de la ciudad. Nunca había venido por aquí y debo admitir que me gusta. El lugar es cálido y acogedor y el ambiente huele delicioso a café y postres.
Hace un par de minutos que llegamos. El viaje hasta acá me pareció eterno e incómodo por el silencio. Ya no intercambiamos más palabras. De hecho fue como si los dos fingiéramos que el otro no existía. Ni siquiera nos miramos, y eso estuvo bien para mí.
Aunque ahora me pregunto cómo vamos a comenzar esa conversación que se supone debemos tener.
—Puedes pedir lo que quieras —dice rompiendo el silencio cuando un mesero nos estrega los menús.
No digo nada ni tampoco lo miro. Mis ojos se pierden en las páginas del menú observando con atención todos los postres que hay. Todos parecen deliciosos y... ¡Mierda! Maldigo para mis adentros y ruego porque él no haya escuchado cómo me ha chillado la tripa.
Levanto los ojos discretamente, pero para mí suerte él está bastante distraído con el teléfono.
Son casi las cuatro de la tarde y yo no he comido más que un sándwich en todo el día, así que es natural que tenga hambre. Pero me da vergüenza pedir todo lo que se me antoja.
¿Habrá dicho eso en serio?
Me aclaro la garganta y pregunto con la voz más baja posible.
—¿En verdad puedo pedir lo que quiera?
Levanta los ojos y sonríe cuando asiente.
—Claro que sí.
Un par de minutos después llega el mesero y toma nuestra orden. Para mí un croissant de pollo con papas francesas, una orden de rollitos de queso, un muffin de chocolate y un refresco doble de Jamaica, y para él, para Nicholas, solo un café americano.
—¿Solo café? —pregunto curiosa.
Él asiente.
—No soy muy fanático de los postres.
—Mamá dijo que eres doctor. Seguramente eres muy cuidadoso con tu alimentación y eso.
Y no puedo creer que sea yo quien esté iniciando una pequeña conversación.
—No es así exactamente —dice—. No tengo dietas ni mido las calorías que consumo. Es solo que ahora no se me antoja nada.
Y ya no sé qué más decir, así que bajo la mirada y finjo distraerme dibujando círculos imaginarios sobre la madera pulida de la mesa. Por suerte nuestro pedido no tarda mucho en llegar, así que me mantengo distraída mientras como.
Creo que no logro disimular cuan hambrienta estoy porque me acabo casi toda la comida en un santiamén hasta que por ultimo me quedo disfrutando del muffin de chocolate.
—Parece que la comida estaba deliciosa —comenta antes de darle un sorbo al café.