CAPÍTULO II - MARCOS (I)

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El olor intenso de la carne frita inundaba sus fosas nasales, mientras intentaba deshacerse de la bruma que dominaba su cabeza. Estaba de pie frente a la estufa, con la espátula en la mano, mirando cómo se hacía una costra de condimento algo quemado sobre la carne y una nube delgada de humo blanco había invadido la cocina.


Odiaba la carne.


No entendía qué estaba haciendo ahí, cocinando algo que repudiaba; se le revolvía el estómago de solo sentir ese olor, por lo que apagó la estufa y se alejó unos pasos de ella, sacudiendo una mano para apartar el humo que se le metía a los ojos. No recordaba en qué momento había llegado allí, lo último que retenía en su memoria era estar en un paradero de buses, de noche, mirando su reflejo a través del cristal del aviso publicitario.


Caminó hacia la sala iluminada por la luz natural y vio su reflejo en la superficie oscura y brillante del televisor. Odiaba su reflejo, le causaba estupor verlo y tener que encontrarse con los ojos tristes que siempre lo recibían, así que siempre trataba de evitarlo, y cuando no podía, se fijaba en una sola cosa del reflejo: su sombrero, la corbata o el cabello.


«Pero ¡¿cuándo me creció tanto el cabello?!», pensó, confundido, mirando cómo le caían los mechones largos más allá de los hombros; notó en el oscuro reflejo ondulado, con un ligero temblor recorriéndole la piel, que el largo excedía la mitad de su espalda y resopló molesto, dejando de verse.


—Tengo que cortarlo, no soy un hippie para andar con el cabello así —bufó mientras atravesaba la sala, camino a su habitación. No quería sentir miedo. No quería pensar en el paso del tiempo: tanto tiempo sin cortarse el cabello; tanto tiempo sin darse cuenta de que crecía y crecía. Los tiempos de la rebeldía adolescente en que se lo dejaba crecer para disgustar a sus padres habían quedado muy atrás, como si le hubieran ocurrido a otra persona.


Se detuvo un momento al notar una fotografía de su hija y soltó un suspiro pesado, cargado de preocupación. Luego fue a la habitación, abrió el armario y encontró en la última sección sus trajes; se topó primero con los vestidos de su esposa que lo llenaron de melancolía y luego otros muy cortos que parecían ser de su hija.


«¿Desde cuándo se viste así?», pensó aterrado, mientras sacaba un vestido tan corto que no dejaba nada a la imaginación. Le hizo pensar en la única vez, en su ya lejana juventud, en que asistió a un club privado de bailarinas exóticas: luces de colores, humo de cigarrillos, bebidas ambarinas y las plataformas por donde caminaban esas chicas de tacones altos y larguísimas piernas. Comenzó a revisar, sacando los más escandalosos, poniéndose más molesto cada vez y tirándolos sobre la cama, seguro de que los botaría luego: no iba a permitir que su hija se vistiera de esa forma.


¿Nunca fuiste joven, "Mark"? ¿Se te olvidó que fuiste joven?


Intentó calmarse, tenía la cabeza caliente y la cara tensa; respiraba algo agitado, necesitaba un cigarrillo para calmarse, tan solo la nicotina podía domar al monstruo rojo que a veces le ganaba a su ser azul y rebuscó en los cajones del nochero, encontrando cosas que no recordaba haber puesto ahí.


—Otra vez esta chiquilla desordenada poniendo sus cosas acá. ¿Cuándo va a aprender?


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