Se encontraba sentada sobre un sillón negro en medio de aquella sala de estar tan amena y cargada de adornos sutiles, que le hablaban un poco de Saúl. Los estantes llenos de libros hasta arriba, artesanías de varios lugares del mundo, suculentas adornando una pared, fotos enmarcadas, como pequeños cuadros dorados, que mostraban a un Saúl más joven en la facultad donde había cursado su carrera.
Annette miraba sus manos hinchadas y de vez en vez miraba de reojo a Saúl, quien se encontraba sacando de su botiquín todo lo necesario para hacerle una curación sobre las heridas. El dolor físico era tremendo, pero no se comparaba con todo aquello que se había removido en su interior aquel día.
Saúl, por su parte, se acercó a ella y dejando los utensilios a usar en la mesa de café, comenzó a limpiar con extrema delicadeza las manos heridas de Annette, notando que la peor parte se la había llevado justo la mano derecha.
—No vas a poder cerrar los dedos de esta mano durante... una semana, más o menos —comentó Saúl después de aplicarle otro apósito.
Sus propias manos temblaban tanto que temía hacerle daño, derramar el agua oxigenada, aplicar las gasas con demasiada fuerza, por lo que midió bien cada movimiento suyo, esperando no lastimarla más.
—Gracias —respondió Annette con timidez, mirándolo con profundo agradecimiento, se sentía realmente emocionada de estar en la intimidad de su hogar.
—Te diría que tienes un gancho admirable, pero dudo que tengas futuro como boxeadora —comentó Saúl y le arrancó a Annette una sonrisa que a su vez lo hizo sonreír, bajando un poco la presión y preocupación que había sentido todo este tiempo.
—¿No crees que es de mala educación hacer reír a alguien que está llorando? —preguntó Annette, enjugándose una lágrima con el pulgar de la otra mano.
—Puede ser —comentó Saúl—, pero tal vez te ayude a olvidarte un poco del dolor.
Dicho esto Saúl se levantó de su lugar por un segundo y luego de ir a la cocina que justo quedaba allí cerca a la sala, trajo consigo una bolsa de hielo. Se sentó junto a ella en aquel espacioso sillón y le tomó con mucha delicadeza la mano derecha, poniéndola sobre la suya, mientras arriba ponía la bolsa de hielo envuelta en una toalla sobre sus heridas con delicadeza.
—Va a dolerte por un tiempo, pero estarás bien.
Ella se limitó a asentir con la cabeza y cuando trató de limpiarse otra lágrima fue él quien usó el dedo pulgar para acariciarle el pómulo y removerla. Fue imposible para ella no notar esa veta de preocupación en él, pero prefirió no decir nada con respecto a eso ahora.
—Le diste una patada al tipo —dijo Annette, incrédula—. No me lo inventé, ¿verdad?
—Me temo que no —confesó Saúl—. Pero lo cierto es que fallé, porque quería darle en la cara.No fue esta vez una sonrisa lo que brilló en la cara de Annette, sino una breve carcajada franca, que se apresuró a cubrir con la mano libre, como si hubiera cometido una imprudencia.
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Caleidoscopio
General FictionHistoria de Andy P. French (@AndyPFrench), Mel Velásquez (@melvelasquez09) y Carlos Aguirre (@RandallFlaggCrow). Decenas de casos llegan a diario al consultorio del Dr. Saúl Hernández. Decenas de historias se cruzan ante sus ojos, historias de dolo...