CAPÍTULO VI - ANNETTE (II)

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Lo que menos esperaba Saúl era que esta situación se diera tan pronto. Estaba emocionado y a la vez terriblemente angustiado: era su primer caso de este tipo. Había tratado de llevarlo con toda la calma y el profesionalismo posibles, pero se le había salido de las manos. No sólo por haber roto su ética profesional en un momento de gran tentación, sino porque jamás imaginó que Annette tuviera el control y era algo que debió prever.


—¿Annette? —preguntó Saúl observando con detenimiento la manera en que ella cruzaba sus piernas e inclinaba su cuerpo de medio lado hacia atrás, abandonando la postura encorvada y tensa que usualmente el cuerpo mantenía cuando Marcos estaba en control.


—Doctor, qué decepción —bufó Annette juzgándolo con la mirada, mientras se quitaba el sombrero y moldeaba su nuevo corte de cabello.


—¿Qué te ha decepcionado? —replicó Saúl haciéndose el desentendido, relajando de nuevo su expresión.


—Tú... se supone que estás aquí para ayudar, pero no noto sino ganas de hacerlos sufrir... de hacerme sufrir —respondió ella enojada, mirándolo directo a los ojos como un felino ante su contrincante.


—Te entiendo perfectamente...


Saúl mantuvo la calma en todo momento; analizaba la postura de Annette, sus gestos, tanteaba el terreno, mientras ella resoplaba molesta y alzaba la cabeza mientras se cruzaba de brazos al hablar, nunca mostrando sumisión o temor.


—No, por supuesto que no me entiendes, Sául. Tuve que intervenir o podrías romperlos y eso no lo iba a permitir —prosiguió mientras se quitaba la chaqueta, la corbata y se desabotonaba lentamente la camisa, pronunciando su escote, haciendo alarde de sus atributos femeninos—. Qué mal gusto para vestir tiene el viejo...


Saúl no quería caer en aquel juego de tentación que ella siempre representaba, pero no pudo evitar mirarla, fijarse en lo atrevido de su escote, en lo felino de su postura y notar cómo ella se deshacía de la imagen sombría que Marcos instauraba en aquel cuerpo, «convirtiéndose» en aquella mujer arrolladora y no pudo evitar sentirse atraído por ese ritual de transformación.«No puede seguir negando que le atraigo».


—Tienes razón, puedo empatizar, pero no puedo entender por completo; aunque me encantaría hacerlo —replicó Saúl luego de recobrar el aliento, emocionado de ver otra actitud en Annette.


—No estoy tan segura de eso.


—Créeme, Annette, solo quiero ayudarlos, a ti, a Marcos... a Samara.


«¿Por qué siempre ella primero que yo?».


A ella no le hizo ninguna gracia escuchar el nombre de Samara, se notaba en su postura, pero continuó con la consulta como si nada.


—No, Doctor, yo soy la que quiero ayudarlos. Tú simplemente estás enamorado de Samara... y yo, yo te atraigo sexualmente, o jamás me habrías besado como lo hiciste.


—¿Por qué piensas eso? ¿Por qué piensas que realmente eso pasó? —preguntó Saúl mientras iba por dos tazas de café.

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