El amor

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Cuando me pregunten por el amor, contaré nuestra historia, tal vez sea demasiado tarde para cambiar el final, pero no dejaré de sonreír con su principio.
Sonreiré cuando recuerde el día que te conocí, te sentaste a mi lado y no pude evitar ponerme nerviosa, no pude frenar mis latidos, ocultar el brillo de mis ojos, que volvía a casa como los primos lejanos en Navidad después de todo el año sin verlos. No pude dejar de pensarte cada día desde aquella tarde, en tu sonrisa, en tus ojos con superpoderes, en que tú muy guapa, en que yo muy loca, no pude quitar de mi cabeza mis ganas de verte de nuevo, no existe la cura. Desde que me di la vuelta y siguió la vida, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, siguió girando el mundo que habías parado y que poco después detendrías de nuevo al decirme "Te quiero". No pude hacer nada de eso, o tal vez no quise.
Y así me encontré, caminando con mi cara de pocos amigos, pero jurando pasarme la vida contigo, esperando que la siguiente vez que se acabara el mundo me pillara agarrada a tus caderas, dibujando en cada raya de tu americana, opinando en cada línea de las curvas de tu cintura.
Te escribo hoy, como cada día hago, aun sabiendo que lo más probable es que no lo leas, pero quería contar nuestra historia, que duró menos de lo que quisiera, y espero haberme quedado como el humo de tus cigarros, que sale de tu boca, pero deja una parte de sí y de este modo, después de todos los errores que he cometido, vuelvas a intentarlo y ahora una mirada, una caricia, una palabra, me devuelva la vida que pierdo si tú no estás, que un beso me cierre la boca y que nos comamos cuando nadie nos esté mirando y recordar que sigo viva, que no es un sueño.
Y ahora, que no sé a dónde voy solo porque no sé a dónde vas, te veo con tus amigos y deseo estar allí, siendo toda tuya. Esta cicatriz que se desangra en versos y desarma el alma es mi verdad, maldita, mitad genio, mitad flor marchita porque haga lo que haga el premio, no cambiará mi estado de ánimo. Es este sentimiento pésimo que me tiene pálido. Es esta marca que me dejaste, la que solo deja de doler con tus audios, tus mensajes, tus llamadas, porque no se fue contigo una parte de mí, se fue todo.
Aunque desee no seguir escribiendo porque las lágrimas que recorren mis ojos tratan de obligarme a dejar el bolígrafo, no puedo. No puedo dejarte ir porque sin ti me da igual por dónde piso, dónde paso, no sé si mañana volveré a ver el ocaso, o me habrás partido el alma en mil pedazos, así que no, no puedo. No puedo dejarte ir si no es de mi mano. Ojalá tenerte delante, susurrarte al oído que te quiero, aunque cuando pienso en qué decirte cuando te veo lo tengo muy claro, pero al tenerte delante las palabras se me traban solas, pero podré besarte porque un beso es un beso en todos los idiomas, porque los besos tuyos, los más urgentes del mundo, pierden la prisa dos besos más tarde, porque un beso no se acaba nunca, y agarrarte detrás por la espalda porque sé que te encanta, porque tu cintura y mis manos encajan como piezas de un puzzle. Y no volver a ser ese idiota que te dejó ir.
Aunque sigo siendo aquél payaso, aquél que escupía en el suelo, que nunca tuvo reparos en darle el volante al viento, tu pelo aún sigue siendo la bandera de ese barco que desafía el oleaje sin timón ni timonel. Como ese sueño que viaja por mis venas ligero de equipaje y sobre un cascarón de nuez.

Nuestra historia (sin ti)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora