Capítulo 4 , ;

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No sabía cuando había acabado así. La noche anterior se había desnudado ante su superior, y se había encontrado deseando su toque y sus labios.

Teniendo en cuenta el odio que había sido inculcado en ella hacia el tipo de personas que amaban a sus iguales, no era una sorpresa que no supiera reconocerse en el espejo ahora.

No era solo eso. Aquella noche, después de la despedida de su abadesa, el camisón que solía usar para dormir le había parecido mucha tela, y había acabado arrancandola de su cuerpo, para ahogar el placer con sus propios dedos, tan buenamente como sus inexpertas manos podían hacerlo.

Se había arrancado sonidos húmedos y placenteros; terminado penetrándose con un dedo con cuidado, apenas rozando más allá de la entrada.

Cuando se encontraba al borde, había parado, se había derrumbado sobre sus sabanas, enfriada y habiendo tomado su excitación con los finos dedos, había llorado amargamente sobre su almohada.

Sintiéndose culpable y sin ser capaz de conciliar el sueño; realizó sus tareas comunes más las que Lady Dimitrescu le había encargado.

Los días se repetían uno tras otro; y ella ya había dejado de obedecer los horarios; sobre todo respecto a ir a la iglesia, orden que desobedeció de manera descarada.

Se sentía sombolienta y perdida. Apenas parecía más que una sombra, y apenas comía o bebía en todo el día.

Parecía poder derrumbarse bajo sí misma en cualquier momento, el peso en su espalda era demasiado.

~ ✵ ~

Aquel día se levantó más temprano de lo habitual. Lavó su cara con poca gracia y se vistió con desgana. Las ojeras se acumulaban bajo sus ojos, y su piel estaba pálida y se veía seca.

Su período acababa de irse y ya había pasado una semana y media desde que la abadesa dejó el convento.

Sin embargo, aquella tarde todo cambiaría. Ya había limpiado y ordenado el despacho y las habitaciones del ala este, con cuidado de no dejar ni un solo rastro de polvo.

Donia la llamó entrada la mediodía, para avisar la de que la señora llegaría después de que todas las monjas comieran, es decir, a las 1.30 pm aproximadamente.

Fue entonces cuando comenzó el nerviosismo. La había visto desnuda, completamente. En su excitación la semana anterior, no se había preocupado por lo que la señora pensara de su cuerpo; pero ahora no podía evitar, aunque culpablemente; preguntarse si le habría gustado lo que vió.

Además, las monjas habían comenzado a hablar con recelo sobre ella y su ausencia en las misas. Es posible que Donia la cubriera por sus faltas, pero conocía algunas otras monjas con altos cargos que podían soltar la lengua.

Laria, la jefa de Cocina, Julia, la de los cultivos y en general el territorio exterior del convento y Kara, la devota que organizaba las misas.

Si bien Julia era una mujer muy amable y respetuosas, Laria y Kara no mantenían una relación tan amistosa con ella.

Si bien estuvo gran parte del tiempo que faltaba hasta la llegada de la abadesa, nerviosa y algo estresada, todo escaló rápidamente cuando, a pesar de no haberla visto, Donia le comentó que ya había llegado y pidió verla.

Sus pasos se volvieron erráticos mientras caminaba y subía por esas escaleras y pasillos que había aprendido a reconocer. Mientras tanto, su mete divagaba entre las posibles salidas de esa charla a la que iba a enfrentarse.

¿Le hablaría de sus ausencias, quizás no había límpiado u ordenado algo, quizás quería hablar de la noche de la semana anterior?

Se obligó a calmarse lentamente antes de golpear la puerta del imponente despacho.

Los juegos del diablo ,;  Lady Dimitrescu x femDonde viven las historias. Descúbrelo ahora