Capítulo 3 , ;

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Elisa seguía confusa por la noche anterior. Básicamente le había marcado no sólo como la limpiadora de su ala privada, si no que la había dejado a cargo de sus invernaderos. Y había dejado claro que la... ¿tomaría? No de una manera muy pura, eso está claro.

Sus emociones estaban a flor de piel, y sus hormonas disparadas no ayudaban.

Ese era su día libre, y, a pesar de que llevaba toda la santa semana decidiendo que iba a hacer en su día libre, ya no recordaba nada.

Después de unos buenos diez minutos admirando el material del suelo, se colocó unas botas de cuero, un vestido que no era de una de las hermanas, si no uno de los que ella trajo de su hogar.

El plan era ir al Luna, el bosque. Pretendía recoger todo tipo de setas, musgos y flores. Los líquenes y hiedras los planeaba dejar en su habitación, pues la piedra la hacia ver sin vida. Las setas podía usarlas para cocinar, y las flores eran útiles para perfumes, decoración o repostería.

Después de vestirse, salió por la puerta trasera para que nadie la viera sin el hábito, cosa prohibida en el convento, y se escabulló silenciosamente.

Su vestido verde se camuflaba con el follaje, y en cuestión de unas pocas horas, había avistado ya más de siete ciervos y otros animales que no conocía. Llenó la cesta de todo lo que vió y a la hora del almuerzo pasado se dió la vuelta.

Se sentía en armonía con el bosque. Los pájaros creaban líneas de armonía con sus canciones, que se hilaban con las telarañas. Estas, a su vez, colgaban de los árboles, cuyas hojas se abrían en un abrazo; dejándose comer por los animalitos salvajes, que también contaban con sus propias jerarquías.

Llegó al convento al atardecer, con los pies un poco adoloridos.

Decidió saltar la valla en vez de abrirla para no provocar tanto ruido, y se movió silenciosamente a su habitación.

De pronto, le entró el miedo. ¿Qué pasaba si la abadesa la encontraba en su habitación? Se le heló un poco la sangre, pero recordó que ya era muy tarde como para arrepentirse.

Entró en su habitación con cuidado, y cuando iba a soltar la cesta en la mesa, se sobresaltó tanto que la tiró al suelo. Dió un salto y quedó apoyada en el marco de la puerta.

" Elisa... "- Lady Dimitrescu la miraba gravemente con aquellos ojos miel que tanto la cautivaban. Estaba sentada en su propia cama.

Ella la miró, parte avergonzada y parte asustada. Algo en ella estaba aterrorizada. Había roto las reglas, y, a pesar de que confiaba en su señora, no podía evitar pensar en las historias que se divulgaban sobre ella ; llevando a la cama a las devotas, para desvirgarlas, satanizarlas y terminar con ellas.

" Elisa, acércarte. "- Eso se sintió como una orden.

Ella, sin embargo, la acató. Se acercó despacio y con miedo. La abadesa se señaló para que se arrodillara y lo hizo.

La angustia la invadió, y se arrepintió de haber salido esa mañana. Le iba a salir muy caro.

" ¿Quieres repetirme las reglas que conté antes de que llegaras al convento...? "- Su voz parecía estar muy lejos, a pesar de que la escuadriñaba de arriba a abajo.

" No robar, no traer hombres al lugar y jamás mentir. "- las dijo con seguridad, a pesar del nudo en su garganta.

" Bien. Por lo tanto, no incumplirás ninguna de las tres, especialmente la última en este caso, ¿cierto? "- Parecía tranquila, y su voz relajada le llegaba a la médula.

La otra asintió rápido.

" ¿Estabas fuera del convento, presumiblemente fuera de las vallas y de las fincas, en el bosque; con una ropa que no es adecuada para estos territorios? "- Ahora su mano se ha levantado y acaricia la mejilla de la otra mujer, que se queda fría ante el tacto.

Los juegos del diablo ,;  Lady Dimitrescu x femDonde viven las historias. Descúbrelo ahora