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Tirada en su cama, escuchando música instrumental tremendamente triste, Mina miraba el techo, a la espera de que se cayera encima de una puta vez.

Sé sentía como la mierda y todas las noticias que había recibido en ese día lo hacían sentir más y más mierda.

Su teléfono sonó por doceava vez, pero estaba a un metro y medio de ella y le pareció demasiado lejos.

Fue a la décima tercera vez que se cansó de que sonara y atendió, se fijó en el nombre de "Im Nayeon" en la pantalla.

— ¿Qué quieres?

¿Por qué no estás en la sesión de quimio, Mina? — Nayeon estaba más que enojada, furiosa, y necesitaba descargarse con todos los insultos que conocía y dirigirlos todos a la razón de su molestia.

— Decidí que iba a dejarlas... Es una perdida de tiempo.

No, ¿Me escuchas Myoui? Yo te digo que no.

— No eres nadie para decirme qué hacer.

Pues sí, no lo soy, ¿Y qué? Te lo digo igual, imbécil, ¿Qué problema hay?

— ¿Por qué me insultas?

Porque eres una maldita desgraciada, Myoui, ¿Tengo razón?

Mina se mantuvo en silencio varios segundos.

— Pues sí.

Y si te quedas allí eres una perdedora, de las peores, Mina, eres una perdedora, pero de los que se rinden, idiota.

— ¿Puedes parar?

No, no quiero, ya me tienes harta y ya empecé esta pelea— replicó Nayeon, sin duda, estaba quedando como una loca frente a sus compañeros de quimio, que le miraban con ojos muy abiertos—. Myoui Mina, ¿Al menos no vas a venir a despedirte de mí? ¿De todos nosotros?

— Fue un gusto conocerte, Nayeon-

Ven y despídete de mí cara a cara, mierda, ¿Que ahora me tienes miedo, o qué? Idiota— escuchaba a su linda chica de gorro apretar la mandíbula—. Ya sabes dónde estoy, ¿Qué mierda estás esperando?

— Está bien.

Mina colgó, y pensando en ella, se abrigó, y salió de su departamento para pedir un taxi hasta el hospital.

Bajó frente al edificio de aquel gran hospital, pasó hasta llegar a la sala de quimioterapia, dónde esta vez, había dos personas, una de las mujeres de antes y un hombre, y Nayeon, quien estaba de pie, de brazos cruzados, en medio de la sala de quimio.

Su ceño estaba fruncido y en sus ojos contenía lágrimas.

— ¿Y ahora qué? — preguntó, su gorro no estaba, estaba acalorado furia y se había quedado sólo un con suéter, su corto cabello castaño estaba a la vista— ¿Por qué lo dejas? ¿Qué razón estúpida tienes esta vez?

Mina la miró un momento, la chica estaba por llorar de molestia.

— Estoy cansada... Mucho, como nunca antes en mi vida, estoy cansada de todo y no quiero hacer nada.

— ¿Leíste el folleto de los efectos secundarios de la quimio?

Mina asintió.

— Depresión está entre esas cosas, Mina, pero no es excusa para dejarte estar.

— Y después... La mujer, que estaba aquí, — señaló un asiento vacío—. No lo logró, ¿Y sabes que es eso? Un recordatorio de que tampoco lo lograremos, ¿Por qué estar aquí de todas formas? 

— Porque tú no eres ella, nadie de aquí lo es y nadie dice que no podremos salvó tú misma Mina, te estás arrastrando sola.

Mina sorbió su nariz, sintiendo las lágrimas.

— En mis últimas pruebas... Todo salió igual que cuando empecé con esto, nada cambió, y sólo me estoy sintiendo como la mierda para que al final resulte en nada, ¡Nada!

— ¡La quimio funciona así! — Nayeon estaba roja de furia— ¡El que esté igual es una señal de que está actuando!— suspiró de forma pesada—... Si fuera nada seguiría creciendo, pero ahora eso no ocurre, está igual que antes y es luego que empieza a reducirse, que da la casualidad que eso pasaría ahora ¡Ahora! ¡Y vas a dejarlo ahora!

Mina lloriqueoó, dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas porque no tenía fuerza para limpiarlas, se sentía horriblemente vacía por dentro y supuestamente todo lo hacía esa quimioterapia.

— N-Nayeon... — murmuró su nombre, bajó su rostro con vergüenza.

La nombrada se acercó a ella con pasos rápidos, tomó su rostro y juntó sus labios en un inesperado beso que dejó a sus dos compañeros de sesión y a las enfermeras que estaban viendo el alboroto boquiabiertos.

Sus labios se movieron con seguridad sobre los de Mina, quien respondió, y con mucho gusto, recorriendo los carnosos labios de su chica favorita con ganas.

Al separarse, había dejado de llorar.

— Ahora no querrás irte— murmuró Nayeon, y claro que tenía razón.

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