2. El ataque a la ciudad que nunca duerme.

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-Lo has clavado con el discurso, Stone. Estoy impresionado.

-Arian, qué sorpresa tan encantadora. Me alegro que el Jaikiden del Amanecer se pase a saludar por el cuartel. Tenía que hacerle saber al mundo entero que los Jaikiden tenemos predecesores pendientes.

-Entonces... ¿Voy a tener que enseñarle a un mocoso a ser un Jaikiden?

-Así es la tradición, pero esta tradición está mejor organizada. Ya están todos preparados, el reclutamiento no tardará mucho. Aunque tú ya tienes a tu alumna personal reservada.

-Yo paso.

-¿Cómo que "pasas"? Es tu hija, Arian.

-Dime algo que no sepa, Stone. Yo le he enseñado a ser heroína, pero no tengo intención de enseñarle a ser Jaikiden. Seguro que habrá algún pasmado entre nosotros que quiera entrenar a la hija del más fuerte.

-Arian, ¿estás seguro? Tu hija se sentirá más cómoda si eres tú quien la instruye. ¿Acaso eso no importa?

-Escúchame, capitán. Yo confío en mi hija. Es todo lo que me queda, y la conozco mejor que nadie. Sé que no soy el más cualificado para enseñarle, por eso, dejaré en las manos de mis compañeros que alguno la entrene.

-¡¿Qué ha sido eso?! ¡Una alerta de ataque!

-Siempre tan oportuna.

-Arian, podrás llegar en seguida. Destro ya va de camino, según la consola. Podría retener la amenaza, pero para este tipo de alertas es mejor recurrir a tu asistencia.

-Bueno, podría pasarme a recoger unas cosillas que tengo pendientes y ver qué se cuece cuando termine.

-¡Arian, no serás capaz!

Oscuridad. La oscuridad siempre nos acompaña. La luz existe cuando la oscuridad se ausenta. Antes de que se creara el universo, sólo había oscuridad. Y lo más probable es que cuando ya no quede nada, la oscuridad será lo único presente.
Oscuridad, eso es lo que se mostraba ante los ojos de Thorcan. No veía nada, le costaba saber qué era real, hasta qué punto, qué había pasado. No podía ver nada, estaba oscuro, hacía frío, y el miedo recorría cada parte de su cuerpo. Lo único que notaba era en su tacto, una superficie metálica envolvía su cuerpo, ¿una armadura?
Thorcan se había desmayado, y a pesar de estar aturdido, trató de ir tras sus pasos y averiguar lo último que pasó, pero lo único que recordaba era el momento de aquel ser impactado en la tierra, extendiendo su mano hacia la de Thorcan, como si necesitara ayuda para levantarse, y Thorcan, sin saber qué hacer, le ofreció su mano para ayudarlo, hasta que ambas se juntaron. Eso era lo último que recordaba. El gran misterio era dónde estaba, y cómo había llegado hasta allí.

La duda estaba devorando la cordura de Thorcan, ¿era un mal sueño? Si es así, ¿cuándo terminará? ¿Desde cuándo los sueños son tan reales?
Preguntas iban y venían, y el miedo era insistente, hasta que algo inesperado ocurrió.
Thorcan notaba cambios en su cuerpo, el miedo, el frío, ese vacío en su pecho, no se iban, pero ahora parecía haber algo todavía más importante a lo que prestar atención, el Taikoku de Thorcan se había activado. Estaba desprendiendo esa estela azul por su cuerpo, apenas podía notar la luz, pero notaba con mucha claridad que estaba liberando su inútil poder sin quererlo.

Se hizo la luz en sus ojos, en su visión periférica aparecían una especie de interfaces del mismo color que su estela, azul. Aún así, el fondo seguía de color negro, el exterior era invisible, ¿qué llevaba en la cabeza? Aparecían símbolos que no había visto en su vida, letras azules de un idioma que no reconocería nunca, barras recorriendo su vista, y miles de preguntas sin resolver.

C.H.A.S.E.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora