ONCE

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Los rayos de sol se filtraron a través de las hojas amarillas, era cálido y por alguna razón le recordó a Itadori. Ante la imagen de aquel ser inmaculado Sakura levantó su mano para sentir el calor en su piel.

Sus horas de sueño habían sido escasas desde que huyó de Japón. Constantemente se cuestionaba sobre la seguridad de su mejor amigo y del resto de estudiantes. Le quitaba el aliento imaginar que Sukuna pudiera arremeter contra ellos después de enterarse que su amada fue alejada de él, con un paradero desconocido para todos.

— Sakura, es hora de entrar, Yuta te llevará al monte Kenia. —llamó Miguel, parado desde la puerta trasera de la casa. Tenía un semblante despreocupado, pero detrás de sus gafas se escondían unos ojos inquisidores. De alguna manera aquella joven era una intriga, quizás era poderosa, y no por su fuerza propia, sino por ser la amante del rey de las maldiciones.

El hechicero extranjero fue amable y cálido con ella. Ofreció su hogar para acogerla tal como hizo con Yuta. Sin embargo, esperaba no meterse en más problemas. Seguramente declinaría la oferta de inmiscuirse en asuntos de guerra contra los peces gordos. Todo lo que tuviera que ver con aquellos ancianos estaba fuera de su interés.

— Verás el santuario a mitad del camino. Diles mi nombre cuando llegues ahí. —mencionó Miguel desplazando su dedo por el mapa—. Y por nada del mundo menciones el nombre de Ryomen Sukuna. Lo detestan, como en gran parte del mundo.

Sakura inclinó su cabeza. Nunca había sido reconocida por alguien que actuara con vergüenza, al contrario, era intrépida y descarada. Defendía a Yuuji, miraba con desdén a los demás y vivía de acuerdo a su corazón lo dictaba. Sin embargo, ser la reencarnación de la mujer de aquella maldición le causó deshonra. Sukuna era despiadado, cruel e inhumano, un monstruo por fuera y por dentro.

Mientras caminaban, inspeccionó con ojo crítico la figura de su sempai. Tras meditar sobre su respetable comportamiento y actuar precavido, Sakura se dio cuenta que había sido el típico chico que nadie notaba y dejaban al último en los juegos, quizás nadie se empeñó en comprenderlo. Y pese a las circunstancias, él nunca dejó de brillar con su propia esencia. Quizás deprimido y deseando la muerte, creyéndose inferior, capaz de merecer un gran castigo. Sin embargo, la vida pareció apiadarse de él dándole una segunda oportunidad. Fue gratificante ver la confianza emanando de cada poro de su cuerpo, la fuerza debajo del uniforme y el poder siendo desbordado con su presencia.

Las conversaciones pasajeras fueron el sonido de fondo mientras ellos caminan por las transitadas calles de Kenia, África. Sakura siguió al joven en silencio, mirando fascinada a su alrededor, se sentía curiosa.

— Sakura-san. —pronunció deteniéndose abruptamente. Rascó su nuca dejando ver el nerviosismo antes de enfrentarse a los ojos azules de la pelinegra—. ¿Le gustaría hacer una parada para comer? —ofreció tímidamente, formando una sonrisa que le produjo un tirón en el corazón a Sakura—. Aún falta mucho para llegar a nuestro objetivo. Creo que descansar un momento no nos vendrá mal. Además, tengo un poco de hambre. —admitió con vergüenza.

— Está bien, Okkotsu-sempai.

— Puede llamarme por mi nombre de pila, no tengo ningún problema. —expresó sin borrar la sonrisa cortés de su jovial rostro.

A Sakura le causó agobio ver el cansancio reflejado en el rostro de su sempai. Le preocupó su salud y lo contraproducente que podría ser para ambos. La falta de sueño ocasionó que manchas púrpuras aparecieran debajo de los suaves ojos del hechicero.

Dejó de lado ese hecho y se centró en mirar la carta de postres que se presentaba frente a ella. Desplazó sus ojos no sin antes darle una breve mirada al hechicero. Lucía demasiado sereno y tranquilo realizando una actividad cotidiana.

 𝐒𝐀𝐊𝐔𝐑𝐀 | ❛Ryomen Sukuna❜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora