CINCO.

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El mundo que había conocido se desvanecía frente a sus ojos, y eran estos los que visualizaban un nuevo paisaje. Podría mentir, pero estaba tan aterrada, sus días ya no eran los mismos. Sin darse cuenta su mente siempre se perdía entre otros pensamientos, pensamientos que la conducían al hombre de cabello rosáceo. Era duro enfrentarse a la nueva realidad.

— Gracias. —murmuró sentándose junto a Megumi, aunque optó por mantener distancia—. Yuji es la única persona que tengo en el mundo. El que se haya comido un dedo me tiene intranquila, significa que las cosas no volverán a ser igual que antes. Realmente espero que encontremos la manera de salvarlo.

Megumi la miró de reojo haciendo un sonido para hacerle entender que la había escuchado. No tenía palabras para negar o aceptar un posible final feliz. Siendo una persona que llevaba años dentro del mundo de las maldiciones y hechiceros sabía que era imposible que el joven saliera ileso. Su destino ya había sido decidido.

— ¿También eres hechicera? —indagó después de un rato de silencio.

— No. —frunció los labios suponiendo que se refería a tener conocimiento de las maldiciones o haber combatido contra alguna—. Aún no he visto a ninguna maldición que no sea Sukuna, así que supongo que no tengo lo que se requiere. —se burló en silencio frotando sus manos con nerviosismo—. Solo soy una humana frágil incapaz de cuidar por sí misma. —mencionó con sarcasmo y se hundió en el asiento. Lo menos que quería era retrasar a Yuji o darle más preocupaciones y, lo que más odiaba era revelar sus miedos a las personas, sobre todo a desconocidos. Sin embargo, el peli negro no parecía transmitir mala vibra.

Podía recordar los días tristes que pasaba sola en su habitación. Sus padres la habían abandonado en algún lugar de Tokio. Fueron sus tutores legales los que sintieron compasión por ella y la adoptaron, aunque tampoco podía entender porque lo hicieron si nunca estuvieron a su lado cuando los necesitaba. Trabajaban todo el día, nunca estaban en casa y cuando estaban preferían descansar. Ella siempre aceptó las migajas que los demás le dieron, las recogió para no sentirse sola.
Al menos eso fue antes de conocer a la familia de Itadori. El abuelo de Yuji también cuidó de ella después de que se hiciera amiga de su nieto. Jamás volvió a pasar soledad desde que encontró al pelirosa. Sin embargo ahora resultaba difícil pretender que no sucedía nada grave cuando por dentro estaba aterrada. Desconocía el poder de Sukuna y la influencia de los peces gordos, ambos estaban interesados en acabar con Yuji a toda costa, claro que por intereses diferentes.
Tan solo dependían de Gojo Satoru, quien se proclamaba como el hechicero más fuerte y les aseguraba cuidar de ambos tanto como pudiera.

— Debería ir con ellos. —Fushiguro mostró irritación por sentirse incapaz de ayudar. Sin embargo, su rostro era un lienzo en blanco que parecía no expresar emoción alguna.

— No te esfuerces. Aún te estás recuperando. —indicó Gojo disfrazando la orden como una preocupación—. Además, necesito evaluar la forma de trabajo que tienen los nuevos. —cruzó los brazos y no apartó la vista del edificio abandonado—. A Yuji le faltan algunos tornillos. No dudó a la hora de atacar y matar a las cosas que intentaron asesinarlo—añadió haciendo movimientos con sus dedos—. Y eso que no ha conocido a las maldiciones tanto como tú. Hasta hace poco llevaba una vida escolar común y corriente.

— A Yuji no le importaría enfrentarse al peor villano con tal de salvar a sus seres queridos. —expresó Sakura apoyando su mejilla contra su palma. No podía negar que envidiaba la facilidad de Yuji para hacer amigos, pero era esa misma interacción que lo obligaba a preocuparse por los demás aunque no los conociera. Involucraba tanto los sentimientos y ella no lo consideraba correcto.

— Sí, supongo que eso es indiscutible. —concordó con ella, mirándola de reojo sin que lo supiera, la venda ocultaba sus movimientos—. Sin embargo, hoy quiero confirmar que tan demente está ella.

 𝐒𝐀𝐊𝐔𝐑𝐀 | ❛Ryomen Sukuna❜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora