OCHO

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La mejillas le ardieron de tanto reírse y las lágrimas le mojaron las pestañas
Tuvo que pasar sus largos y delicados dedos por las comisuras de sus ojos para retirar la humedad. 
La balada creada por su risa y acompañada del lejano cántico de las aves del bosque perduró por un rato más.

— Eres un ángel. —reconoció Sukuna, quitando la malesa del camino. Quizás fue un cumplido al azar,un sobrenombre que pronunciaba con frecuencia, pero para él era una verdad incierta.

Había arrasado una colonia entera, llevaba el aroma a azufre y hierro grabado en su áspera piel. Las manchas de sangre seca perduraban enterradas debajo de sus garras y en el kimono blanco que estaba echo jirones. Los cabellos rosáceos se le pegaban a la frente por el sudor.
Su presencia repelía a todo ser vivo y maldición que se encontraba cerca del sendero que cruzaban. Sin embargo, detrás de aquella monstruosa y diabólica criatura caminaba el ser más puro que habitaba en la tierra. Se reía sin cesar de un comentario sárcastico dicho por Sukuna y bañaba el camino con su refulgente existencia.

Las personas, las cuales minutos antes les había arrebatado la vida de la manera más sanguinaria posible, lo habían llamado asesino, mostruo, posiblemente el diablo encarnado. Él no se inmutó, al contrario, disfrutó de ese dolor y lo volvió su diversión. Era consciente de merecer todos aquellos adjetivos, pero también se sentía bendecido. Tenía a un serafín siguiéndolo y entregándole su amor y su cuerpo todas las noches.

— Estoy cansada, Sukuna. —murmuró quedándose quieta mientras tallaba sus párpados—. No tengo la misma resistencia que tú.

— Ven aquí, florecilla. —colocó su tridente de acero detrás en su espalda y abrió sus cuatro brazos para recibirla—. Eres tan pequeña. —murmuró cuando sintió su delicado cuerpo chocando contra su pecho. La arrulló protectoramente y continuó con su camino hacia su templo.

— Te amo, Sukuna. —declaró sin razón aparente. Sus ojos estaban fijos en la brillante luna que iluminaba la noche, acompañada de un puñado de estrellas.

A pesar de sus ojos rojos y apariencia monstruosa, la trataba con tanta delicadeza que le acariciaba el corazón cada que se preocupaba por ella.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y el aire frío de la noche la secó. No mencionó nada el resto del camino y él tampoco quiso irrumpir la paz que los rodeaba. Se había sentido pleno escuchando el amor que ella le profesaba, tan puro e irreal para el rey de las maldiciones.

Esa misma noche de verano, cuando la fresca brisa nocturna entró por la ventana abierta, Sakura limpió toda la mugre y sangre del cuerpo de Sukuna en silencio. Lo contempló mientras él mantenía los brazos extendidos en el borde de la bañera de ofuro, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Con temor miró el agua y resistió las arqueadas que amenazaban con derramar el ácido líquido que le quemaba la garganta.

— ¿En qué piensas, florecilla? —los ojos de su segundo rostro, aquellos que sobresalían en el lado izquierdo, se abrieron para observar la tímida sonrisa que le daba su amada—. ¿Qué desea mi reina? Sabes que pondré el mundo a tus pies. —vio la duda en los ojos azules de Sakura y se incorporó en la tina. Con su grande mano le sostuvo la mandíbula obligándola a mirarlo. Ella estaba sentada en un banco junto a la tina, las mangas del kimono se hallaban arrugadas hacia arriba evitando que fueran a mojarse. Debido a la posición era ella quien lo miraba desde arriba, bañándolo con su halo—. Eres la única que puede mirarme de esa manera y no morir en un segundo por tanta insolencia.

Ella soltó una risa nerviosa rehuyendo de los ojos carmín del rey de las maldiciones.

— Lo siento. —sollozó rompiendo en un llanto desgarrador que logró conmocionar a Sukuna. Miles de escenarios pasaron por la mente de la criatura, temió que algo malo le hubiese pasado a su pequeña flor. Conociendo la irrepetible historia que tenían, se le creó un enorme vacío en el pecho ante el repentino miedo de perderla nuevamente.

 𝐒𝐀𝐊𝐔𝐑𝐀 | ❛Ryomen Sukuna❜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora