El primer requisito de la inmortalidad
Es la muerte
––– Stanislaw J. Lec.
Finalmente me levante. No sabía cuánto tiempo había pasado encogida en ese rincón, solo recordaba el dolor, el eco de mis gritos mientras me retorcía como un gusano en el anzuelo. El aire entraba por mi boca abierta y quemaba todo a su paso, y la sangre era cemento fresco que corría por mis venas, más espesa cada vez. Amenazaba con endurecerse y dejarme tiesa, una estatua grotesca con los ojos muy abiertos y las manos enroscadas como las ramas de un árbol seco.
Volví al suelo casi de inmediato: mi tobillo derecho comenzó a punzarme. No grite porque mi cabeza no aguantaría más chillidos. Me senté para verme el pie. Estaba descalzo, embarrado de tierra y alguna sustancia que se había secado. No alcance a distinguir el barniz rojo de las uñas. Vi la herida. Era la mordida de una rata gigante, sin duda. Deje caer mi pie como si la rata siguiera adherida a él y empecé a mover los dedos de las manos, tocando un piano invisible a toda velocidad. Mi respiración no tardo en seguir los mismos compas. Voltee a todos lados. El cuarto parecía haber crecido en los últimos segundos y después se detuvo. El polvo se quedó suspendido en el aire, cada pizca brillaba con un tono ligeramente distinto. ¿Con que me habían drogado? Agite la mano la mano y la galaxia de polvo desapareció. Deje escapar un gemido. ''Alguien'' pensé, '' ¿no hay nadie que pueda ayudarme?'' Cerré los ojos. Cuando los abra estaré en mi cama, gritare y mama vendrá a ver qué pasa. ''Así será'', rece en voz baja ''así será'', mis rezos fueron inútiles y mi pecho tembló antes que dé pudiera empezar a llorar
––– ¿Dónde estoy? ––– pregunte, mi voz sonó como la de una niña chiquita y aterrorizada. Me tape la cara con las manos sucias. Respire profundamente para poder seguir llorando y me sobresalto el olor que me rodeaba. Olía a Maya, a mi sangre. Empecé a tocar todo mi cuerpo, a buscar por donde me estaba desangrando.
–––Me voy a morir, me voy a morir –––Lloriquee. Las yemas de mis dedos sentían cada piedra diminuta, cada gota de sangre coagulada. Halle costras en mis rodillas y seguí subiendo por los muslos desnudos hasta topar con mi ropa interior. Tenía puesta esa minifalda que mama desaprobaba y al subir a mi pecho descubrí los restos de una playera destrozada. ''Me violaron'', pensé, y disfrute de un breve ataque de autocompasión. ¿Por qué yo? Si en verdad había sucedido algo así de trágico, mi vida ahora sería muy diferente. Tuve una visión de mi misma, de una maya más adulta, con sabiduría en la mirada y enflaquecida por el sufrimiento. Esa Maya cargaría su historia con dignidad, pensaría que las razones por las que las demás sufren son solo niñerías. Las circunstancias obligarían a Abel a madurar, al escuchar mi historia lloraríamos juntos, y el renovaría su decisión de amarme por siempre. Nos casaríamos jóvenes. La gente aprobaría nuestra decisión, dirían: ''Claro, después de una experiencia así, es como si hubieran crecido cinco años''. Nuestra boda seria conmovedora, todos llorarían. ''Solo tu amor puede curar mis heridas'', le diría yo al intercambiar votos. Me quede suspendida en esa dulce historia lo más que pude y volví a la realidad con un suspiro. Hice otro esfuerzo por recordar, pero fue inútil.
Volví al examen de mi cuerpo. En la unión del cuello y el hombro halle una herida. La toque por un segundo y quite la mano. ¿Y si la rata tenía rabia? Además yo estaba tan sucia que seguro todas las cortadas se habían infectado.
––– ¿Qué me hiciste? –––pregunte, y moví la cabeza para alejarme de la nube fétida de mi aliento. Voltee a mí alrededor de nuevo, solo para comprobar que estaba sola. Oí el rechinido de una bicicleta que pasaba afuera y los pasos apresurados de dos perros, Gatee hasta la puerta del cuarto. Intente tragar saliva, pero mi boca estaba seca. Iba a abrir la puerta, pero me dio miedo que las bisagras rechinaran y alguien escuchara y viniera. Mama debía estar buscándome. Abel también. Vendrían por mí, solo tenía que quedarme quieta ahí adentro y me encontrarían pronto. Me acosté en el suelo y fingí no ver lo sucio que estaba. Cerré los ojos y empecé de nuevo con el piano invisible. Van a venir, van a venir. No sé cuánto tiempo espere, los minutos transcurrían de forma extraña, como si no tuviera prisa.
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ɠơɬɧıƈ ɖơƖƖ - [¿Reanudada?.]
RandomA sus 17 años, maya es una chica más o menos normal: su vida se revuelve entre las ideas de su mama, los besos y pleitos con Abel, las tocadas de rock, las amigas, la escuela, las interminables tareas. Hasta que un día, despierta en un callejón, sol...